Para la asignatura Crítica Literaria
Licenciatura de Periodismo, URJC
Los poemas de Ángel González irrumpen impetuosamente a caballo entre Pedro Salinas y Jaime Gil de Biedma. Y eso, conociendo mi amor por ambos, no es acaso decir poco. De Salinas retoma la descripción mágica donde se vuelcan las sensaciones espirituales. Para describir el proceso que condujo a su existencia, González dice
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos
mientras que Salinas dijo “La vida -¡qué transporte ya!-, ignorancia de lo que son mis actos” en un recorrido descendente pero ajeno, fuera de sí (“Por encontrarte, dejar de vivir en ti, y en mí”), hasta retornar a una “corporeidad mortal y rosa donde el amor inventa su infinito” fruto de su amor sin redención hacia su amada. Y si González escribe “fértiles cuerpos de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo” Salinas escribió “Al lado un cuerpo besa, abraza, frenético (…) para lograr su vida todavía indecisa, puro milagro, en mí. Y lentamente vas formándote tú misma, naciéndote, dentro de tu querer, de mi querer, confusos”. Es decir, González dialoga de sí a sí mismo, Salinas lo hace desde su amada a sí mismo. El primero no mantiene dudas de su propia realidad (pese a que algunos “afirman que no tengo sentido alguno de la realidad”), ni de su propia corporeidad (advierte que “su ser pesa sobre el suelo”), Salinas lo hace constantemente, pero ambos coinciden en ciertos recursos estéticos y en la necesidad de sobrepasar ansiosamente las restricciones desvitalizadoras del sino humano. González es un escombro, como Salinas se siente casi siempre y no por causa suya, pero un “escombro tenaz, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio”, que combate contra la injusticia y la pasividad, pero que no puede con el amor, con la belleza femenina, magnética pero peligrosa (“Pensándolo mejor, dueles mirarlas: tanta gracia dispersa (…) abruma el corazón del conmovido espectador que siente la humillante quemadura de la renuncia”), al igual que Salinas (“Amor, amor, catástrofe, ¡qué hundimiento del mundo!”), al igual que todos.
De Jaime Gil de Biedma capta, en mi opinión, el paso del tiempo, la rebeldía juvenil sumada al desencanto adulto, la angustia por lo que ha de llegar y no tenemos más remedio que aceptar así y la melancolía de los recuerdos pasados, la tímida vergüenza por no ver cumplidas sus esperanzas de juventud junto al desengaño adulto no de verlas incumplidas sino por contemplar y palpar su eterna inexistencia. “Un día como hoy no malgastéis palabras conmigo. Porque la voz humana únicamente es eficaz si encuentra el cauce de un oído que quiera interpretarla”, si emplea conceptos distintos, sugiere algo parecido a “A qué vienes ahora juventud, encanto descarado de la vida?”. La juventud, la sociedad, el amor, la muerte, la belleza, qué más da todo aquí en este mundo diferente, cruel, raro con los raros, que resulta agotador vivirlo, y sentirlo vivido, por la incomprensión y el egoísmo general (ecos a Lorca), si existe un amor puro, verdadero y redentor allí, lejos, “bajo el sol de tu país”, pero nunca en “islas, palacios, torres” (Salinas) sino en algún sitio extraterrenal, quizá en las playas del cielo, donde podamos evitar la vida. Sigue Gil de Biedma: “A qué vienes ahora juventud, encanto descarado de la vida? Qué te trae a la playa?…”
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos
mientras que Salinas dijo “La vida -¡qué transporte ya!-, ignorancia de lo que son mis actos” en un recorrido descendente pero ajeno, fuera de sí (“Por encontrarte, dejar de vivir en ti, y en mí”), hasta retornar a una “corporeidad mortal y rosa donde el amor inventa su infinito” fruto de su amor sin redención hacia su amada. Y si González escribe “fértiles cuerpos de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo” Salinas escribió “Al lado un cuerpo besa, abraza, frenético (…) para lograr su vida todavía indecisa, puro milagro, en mí. Y lentamente vas formándote tú misma, naciéndote, dentro de tu querer, de mi querer, confusos”. Es decir, González dialoga de sí a sí mismo, Salinas lo hace desde su amada a sí mismo. El primero no mantiene dudas de su propia realidad (pese a que algunos “afirman que no tengo sentido alguno de la realidad”), ni de su propia corporeidad (advierte que “su ser pesa sobre el suelo”), Salinas lo hace constantemente, pero ambos coinciden en ciertos recursos estéticos y en la necesidad de sobrepasar ansiosamente las restricciones desvitalizadoras del sino humano. González es un escombro, como Salinas se siente casi siempre y no por causa suya, pero un “escombro tenaz, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio”, que combate contra la injusticia y la pasividad, pero que no puede con el amor, con la belleza femenina, magnética pero peligrosa (“Pensándolo mejor, dueles mirarlas: tanta gracia dispersa (…) abruma el corazón del conmovido espectador que siente la humillante quemadura de la renuncia”), al igual que Salinas (“Amor, amor, catástrofe, ¡qué hundimiento del mundo!”), al igual que todos.
De Jaime Gil de Biedma capta, en mi opinión, el paso del tiempo, la rebeldía juvenil sumada al desencanto adulto, la angustia por lo que ha de llegar y no tenemos más remedio que aceptar así y la melancolía de los recuerdos pasados, la tímida vergüenza por no ver cumplidas sus esperanzas de juventud junto al desengaño adulto no de verlas incumplidas sino por contemplar y palpar su eterna inexistencia. “Un día como hoy no malgastéis palabras conmigo. Porque la voz humana únicamente es eficaz si encuentra el cauce de un oído que quiera interpretarla”, si emplea conceptos distintos, sugiere algo parecido a “A qué vienes ahora juventud, encanto descarado de la vida?”. La juventud, la sociedad, el amor, la muerte, la belleza, qué más da todo aquí en este mundo diferente, cruel, raro con los raros, que resulta agotador vivirlo, y sentirlo vivido, por la incomprensión y el egoísmo general (ecos a Lorca), si existe un amor puro, verdadero y redentor allí, lejos, “bajo el sol de tu país”, pero nunca en “islas, palacios, torres” (Salinas) sino en algún sitio extraterrenal, quizá en las playas del cielo, donde podamos evitar la vida. Sigue Gil de Biedma: “A qué vienes ahora juventud, encanto descarado de la vida? Qué te trae a la playa?…”
Además, González, como Gil de Biedma y Salinas y Lorca cautiva desde el principio al lector, cautiva su intelecto y cautiva su sensibilidad. Lo mismo provoca la admiración de todos que conmueve nuestra fantasía y por eso nos hace esperarle en silencio aguardando “que llegue un nuevo día, con el alma en vilo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario...