[Sin título]
Despistes y franquezas, 1990
Tardía
Rincón de haikus, 1999
llega
con su relámpago
de sabiduría
cuando uno
ya no tiene
donde caerse
sabio
Intensidad
Rincón de haikus, 1999
Quien
pecho
abarca
loco
aprieta
Salvo excepciones
Viento del exilio, 2002
En la sala repleta circuló un aire helado cuando don Luciano, con todo el peso de su prestigio y de su insobornable capacidad de juicio, al promediar su conferencia tomó aliento para decir: «Como siempre, quiero ser franco con ustedes. En este país, y salvo excepciones, mi profesión está en manos de oportunistas, de frívolos, de ineptos, de venales».
A la mañana siguiente, su secretaria le telefoneó a las ocho: «Don Luciano, lamento molestarlo tan temprano, pero acaban de avisarme que, frente a su casa, hay como quinientas personas esperándolo». «¿Ah, sí?», dijo el profesor, de buen ánimo. «¿Y qué quieren?». «Según dicen, se proponen expresarle su saludo y su admiración». «¿Pero quiénes son?». «No lo sé con certeza, don Luciano. Ellos dicen que son las excepciones».
Traducciones
La otra mirada: Antología del microrrelato hispánico
David Lagmanovich (ed.), 2005
Siempre le pasaba lo mismo. Cuando alguien traducía uno de sus poemas a una lengua extranjera (al menos, de las que él conocía), sus propios versos le sonaban mejor que en el original. Por eso no le sorprendió que la versión francesa de su poema «El tiempo y la campana» le pareciera estupenda, grácil, sustanciosa.
Dos años más tarde, un traductor italiano, que no sabía español, tradujo aquella versión francesa, y aunque él nunca había sido partidario de las versiones indirectas (no olvidaba, sin embargo, que muchos años atrás había conocido a través de ellas a Tolstoi, Dostoievski y también a Confucio), disfrutó grandemente de su poema «In italico modo».
Transcurrieron otros tres años y un traductor inglés, que, como la mayoría de los traductores ingleses, no sabía español, se basó en la versión italiana, basada a su vez en la versión francesa. Pese a tan lejano origen, fue la que mayor placer le produjo al primigenio autor hispanoparlante. Sólo le asombró un poco (en realidad, lo atribuyó a una errata de tantas) que esta nueva versión indirecta se titulara «Burnt Norton» y que el nombre del presunto autor fuera un tal T. S. Eliot. Sin embargo, le gustó tanto que decidió encargarse personalmente de traducirla al español.
-
Vivir adrede, 2008
***
Si uno se mira en el río, ya no se encuentra en el lloro.