...blog literario de rubén rojas yedra

martes, 29 de noviembre de 2011

Reinaldo Arenas (1943-1990, CUB)

Los zapatos vacíos 

¡Caramba! ¿Cuándo sucedió?, quien sabe... Antes; sin fecha exacta; todo era tan parecido que realmente costaba trabajo distinguir un mes de otro, ¡ah! pero enero era diferente. Sabe usted, enero es el mes de los úpitos y de las campanillas, pero hay algo más, es el mes de los Reyes Magos. 

Ya la yerba estaba amontonada junto a la ventana y los zapatos, un poco apenados por los huecos de las punteras, esperaban boquiabiertos, humedecidos por el sereno. 

Pronto sería medianoche. 

«Vienen cuando estés dormido.» —Me había dicho mi primo en voz confidencial.— «Y depositan los regalos sobre los zapatos». Cuando esté dormido, ¡pero no podía dormirme!, afuera sentía el silbido de los grillos y me pareció escuchar pasos, pero no, no eran ellos. 

Dormir. Debía dormir, pero ¿cómo lograrlo?, los zapatos estaban allí, sobre el borde de la ventana, aguardando. 

Debía pensar en otra cosa para poder dormir. Sí, pensar en otra cosa: 

«...Mañana hay que cortar los piñones y llenar el tanque de agua, luego iré hasta el arroyo y traeré una maceta de mamoncillos...» «No debí haber roto el nido, tenía dos pichones sin plumas que me miraban con miedo y con el pico abierto...» 

Desperté. Era tan temprano que apenas si entraba la claridad por la ventana, casi a tientas caminé hasta ella. ¡Cuántas sorpresas, pensé, me estaría augardando...! pero no. Toqué el cuero húmedo de mis zapatos, estaban vacíos... completamente vacíos. 

Entonces llegó mi madre y me besó callada, pasó sus manos cansadas de fregar, por mis ojos húmedos y empujándome suavemente me sentó en el borde de la cama y me puso los zapatos, «Ven», me dijo luego en voz baja, «ya está hecho el café». Luego salí empapándome en el rocío, debía cortar los piñones. 

Afuera todo era tan bello. Tantas campanillas, tantas, que se podía caminar sobre ellas sin pisar la tierra; tantas flores de úpitos en el suelo, tantas, que tapaban los huecos de mis zapatos...

jueves, 24 de noviembre de 2011

Alfredo Armas Alfonzo (1921-1990, VEN)

La diferencia
Cien máuseres, ninguna muerte y una sola amapola, 1975

El tal Ocho Tope no procreaba; lo contrario, se bebía a sus propios hijos. Un día se hinchó y por cada uno de los poros le supuró la descendencia. La gente creía que eran los gusanos. No eran. Los gusanos carecen de ombligo.


10x1
El osario de Dios y otros textos, 1969

El hombre de mirada que se escondía y la boca que instilaba saliva paró al niño entre el resquicio de la puerta entornada; no era de allí porque después se supo que nadie le conocía. Le dijo que le daba el puño de metras, el rollo de hilo de elevar papagayo, la moneda grande, el trompo con la franja azul, ah y los caramelos, todos los caramelos que él quisiera de la lata. El niño sólo tenía que entrar si quería hacer el negocio y jurarle después que no le diría nada a nadie. 

El niño se le encimó un poco y le hundió en el ojo más sanguinolento la espina de pescado que recién acababa de recoger de entre los desperdicios de la venta diaria junto a las montañas de durmientes de ferrocarril que cargan los barcos de la costanera. Por todo el resto de su existencia el sujeto cargó consigo su cuenca vacía a través de la cual podía advertirse el interior del alma totalmente desolada e interminable.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Ildiko Valeria Nassr (1976, ARG)


Autobiografía nihilista

nunca fui reina
nunca me casé
ni tuve los ojos verdes
o la piel sedosa
pero mi palabra sucede

ser poeta es
caminar por la calle
desnuda
con unas alas enormes
y zapatos de tacón


Parricidio 

Siempre me declaré más proclive al incesto que al parricidio. Prefiero acostarme con los padres que matarlos. Prefiero la convivencia a la ausencia (perdón por la cacofonía). 

Aborrezco a quienes salen de cacería de padres. Prefiero un aquelarre a una masacre.

Sin embargo, me he retirado.

No me caso con nadie. Abandoné a los padres en su cama y me encerré en una biblioteca. Prefiero la quietud de mi hogar a la incomodidad de una sexualidad paupérrima seguida de disculpas o lamentaciones.

Los padres envejecen demasiado rápido.

lunes, 14 de noviembre de 2011

"The Visitors (Crackin' Up)", de ABBA

Va a ser difícil quitarle a ABBA la etiqueta de grupo pop frívolo y comercial. Los musicales basados en sus canciones y hasta su propia imagen de niños amanerados y sin mácula no ayudan.

Portada de su último disco, "The Visitors" (1982)
Bien es verdad que un alto porcentaje de sus composiciones estaban planeadas para obtener un éxito masivo (el cual merecidamente obtuvieron), aunque no por ello cayeron alguna vez en la melodía fácil o repetitiva.

Casi obligados a vender muchos discos, ofreciendo un pop pegadizo de perfecta construcción, apenas encontraron espacio en sus últimos tres álbumes de estudio para la experimentación en otros géneros y con arreglos más sofisticados.

Es en su último disco, The Visitors, de 1982, donde aparece el siguiente tema , «The Visitors (Crackin' Up)». La calidad de los vídeos de youtube no es la idónea, desde luego, pero blogger no permite subir mp3. Las imágenes de este vídeo han sido montadas posteriormente; en su momento ABBA no grabó videoclip para acompañar el lanzamiento del sencillo. 

En este tema, al igual que en la portada del Lp que acompaño, se aprecia el cambio de estilo. De la casi orgásmica felicidad de éxitos pretéritos como «Waterloo» o «Dancing Queen» pasan a un contenido apesadumbrado y sombrío. En plena madurez compositiva, Björn y Benny demuestran una mayor complejidad estructural en una música más seria y oscura, con numerosos intervalos de creatividad.

«The Visitors (Crackin' Up)» es un tema dance-pop que se construye sobre un patrón rítmico de sintetizadores, claramente identificable. Sobre esa base se añadieron sonidos  procesados, suaves secciones de cuerda y una grabación vocal (quien canta es Agnetha, la menos rubia) sometida a la técnica de sonido conocida como flanger, que ya emplearan los Beatles hacia 1966, en su etapa psicodélica, y que le otorga un efecto metálico a la voz hasta entonces nunca usado por el grupo.

Su configuración es la clásica (estrofa-estribillo-estrofa-estribillo). Las estrofas son versos largos y sosegados, de creciente intensidad orquestal y con la mencionada voz metalizada; en el estribillo (que no llega hasta pasado el minuto 2) destaca la percusión, las segundas voces, de tono grave, lejos de lo habitual, y una instrumentación elaborada aunque contenida en la misma línea de modelado de sonido a base de sintetizador.

La promoción de «The Visitors (Crackin' Up)» fue escasa, y el sencillo obtuvo escasa repercusión en listas. La calidad, sin embargo, es incuestionable para cualquier amante del pop. Es por esta razón que merece recuperarse la escucha de temas extraordinarios, y quizás de los menos conocidos de su catálogo, como «Under Attack»«One Of Us» o «Head Over Heels».

martes, 8 de noviembre de 2011

Alejandra Pizarnik (1936-1972, Argentina)

    Yo estaba predestinada a nombrar las cosas con nombres esenciales. Yo ya no existo y lo sé, lo que no sé es qué vive en lugar mío. Pierdo la razón si hablo, pierdo los años si callo. Un viento violento arrasó con todo. Y no haber sabido hablar por todos aquellos que olvidaron el canto.

De El infierno musical, 1971



Mendiga voz

Y aún me atrevo a amar
el sonido de la luz en una hora muerta,
el color del tiempo en un muro abandonado.

En mi mirada lo he perdido todo.
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.

De Los trabajos y las noches, 1965



31

Es un cerrar los ojos y jurar no abrirlos. En
tanto afuera se alimenten de relojes y de flores
nacidas de la astucia. Pero con los ojos cerrados
y un sufrimiento en verdad demasiado grande
pulsamos los espejos hasta que las palabras
olvidadas suenan mágicamente.


11

ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada

De Árbol de Diana, 1962

jueves, 3 de noviembre de 2011

Pedro Casariego Córdoba (1955-1993, Madrid, ESP)

Arrojé un piano al mar para que se convirtiese en pianola. Creía que el lenguaje de los hombres coincidía con el del universo.
Cuaderno verde, 1998

jueves, 27 de octubre de 2011

Una de citas

El público tiene una curiosidad insaciable por conocerlo todo, excepto lo que merece la pena.
(Oscar Wilde)

La actitud realmente seria es aquella que interpreta el arte como un medio para lograr algo que quizá sólo se puede alcanzar cuando se abandona el arte.
(Susan Sontag)

La gloria o el mérito de ciertos hombres consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir.
(Jean de la Bruyere)

Siempre fue una vieja aspiración no hacer absolutamente nada, que es la cosa más difícil del mundo, la más difícil y la más intelectual. Para Platón y Aristóteles, la inactividad total siempre fue la más noble forma de la energía. Para las personas de la más alta cultura, la contemplación siempre ha sido la única ocupación adecuada al hombre.
(Oscar Wilde)

El verdadero héroe se divierte solo.
(Charles Baudelaire)

jueves, 20 de octubre de 2011

"Caja cerrada" (1/10)

A John Cage,el primer posmoderno del silencio.

Los miembros del jurado abrieron el sobre. Dentro hallaron once folios. Manuscrito en el primero, leyeron: ONCE PÁGINAS. Debajo, un subtítulo, a modo de instrucción: (LEER PARA UNO MISMO O EN VOZ ALTA). A continuación, diez hojas en blanco rayadas de arriba abajo en el margen derecho con un único trazo que desembocaba en círculos, rematados con mucha prisa, que contenían la numeración de cada página. 

La reacción inmediata no fue de contrariedad. Por la mesa de reuniones, donde se fallaba el ganador del concurso, circularon los folios, animando la curiosidad de los expertos. El número uno fue a parar a Vázquez, que advirtió pequeñas marcas en la cabecera, puntos, comas, paréntesis, que al instante juzgó leyenda, aún sin referente explícito. Después del dos y el tres, el número cuatro cayó sobre Roivás, que reparó en el relieve que las rayas verticales dejaban, con presión creciente, en el reverso del papel. Cinco y seis fueron objeto de comentario: los trazos planteaban una curva inesperada, desviándose del margen. Siete y ocho merecieron detenimiento: la ejecución de las líneas era ahora lenta y aseada. La hoja nueve, en el clímax, retuvo el interés de la presidenta, que pidió con impaciencia la siguiente, incapaz de interrumpirse en el asunto. La hoja del desenlace atravesó la sala en su dirección. El contenido completo pudo extraerse de sus facciones, plácidas y satisfechas, desde lo amplio de su asiento reclinable.

La organización rechazó la obra. Según las bases, la extensión no podía superar las doscientas cincuenta palabras.
*Apareció en los blogs La nave de los locos de Fernando Valls y en Mis ojos hacia dentro de Francisco M. Marcos Roldán.

"La memoria inventada" (01/10, y Caroline)

Lo mejor es creer que el tiempo pasa

Y que nos va cambiando

Pues vivir es creer que se ha vivido
Que hubo días de cierto luminosos
Y que el deambular torpe del que hoy hacemos gala
Disfrazados de viejos marineros de almas errabundas
No es más que la conciencia de la imposible vuelta
Al amor que impulsó nuestras vidas como un río de alegría
Pero, y si no es así
Y si el tiempo no pasa
Ni nos cambia
Y todo lo ha inventado la memoria
Javier ORRICO

 

A mi tía Merche le molesta que yo no recuerde nada de lo que nos ocurrió antes de mis once años. Aunque no pase del sarcasmo, yo sé que le molesta. En el fondo de ese desagrado están, sin duda, todos esos recuerdos que deberían ser compartidos, porque supuestamente estuvimos juntos: yo, con menos de once años; ella, veinte años mayor. Pero yo no recuerdo, y puedo confesar con el corazón en la mano que no guardo en la memoria casi ninguna historia de las que ella trae al presente, con ese goce del que cree describir una anécdota de dos, una situación compartida o una persona que pasó por la vida de ambos y nos dejó huella por igual; con la satisfacción del que transmite un recuerdo común a un tercero, que atiende contagiado de la satisfacción del narrador, y que las puntualizaciones del otro narrador, en este caso yo, quince años después, servirán para enriquecer la narración, apuntalar con detalles que el primero se deja en el tintero, y así abrumar, quiero decir fascinar, al oyente de esta historia dual, plena de sabores y puntos de vista, de sonidos y melancolías varias. Pero yo no recuerdo, decía, casi ninguna de estas historias. O mejor, no las recuerdo por mí mismo, porque ya, quince años después, las recuerdo a través de ella, que a base de contarlas me las ha hecho conocer, ubicándolas en el fondo de mi memoria, y así puedo intervenir en la narración de esas anécdotas, aportar nuevos componentes, detalles sabrosos. 


Una de esas historias, sin embargo, se había quedado relegada, por mí y no por ella, que nunca la supo. Quisiera recuperarla, aportar una historia de la que solo yo guardo detalles, para que ella quince años después la sepa, y para que en los próximos encuentros con terceros, oyentes, en algún bar, en los que se dé la situación tras el café de que tengamos que fascinar con esta historia nuestra, sea ella la que no haya cumplido once años, la que no recuerde nada de lo que cuento y así tenga que completar mi narración con pinceladas que salgan de su memoria, una memoria inventada. Esta historia que quiero contar, a mi tía y a ustedes, es, como corresponde, una historia de amor. 

Uno de aquellos días de verano, con ese calor tan pastoso de Barcelona, tan de piel contra piel, me llevaste con dos amigos tuyos, Pau y Caroline, a visitar la torre de Collserola. Habíamos quedado con ellos en Universidad, donde pasaban a recogernos en coche, uno pequeño y agrietado, que Pau conducía con orgullo, como el último reducto de sus admirados sesenta, dijiste. Yo estaba nervioso porque me hablabas de ellos con devoción, como en pasado, pero sabía que de un momento a otro estarían allí, que iban a ser de verdad. Tú insistías en que no me preocupara, que eran gente adorable y que me iban a tratar fenomenal, pero a mí eso mismo era lo que me desconcertaba, por eso te preguntaba tantas veces que qué íbamos a hacer, y tú, nada más, que ya lo verás, pero que no tenía que decírselo a nadie, y menos a la abuela. Pero yo no quería mentir, que si me preguntaban tendría que decir la verdad, y tú que no me iban a preguntar, y que empezarías tú diciendo que habíamos ido a la biblioteca, a estudiar, toda la tarde, y que yo había estado leyendo, Platero, por ejemplo, y así no me preguntarían ellos. Entonces vale, y me conformaba y me callaba. 

Al fin estaba cerca, el coche de Pau se veía venir desde la ronda de San Antonio y tú te subías el bolso al hombro, empujándome hasta el borde de la carretera, y yo paralizado. El cochecito, con un golpe de volante, se pegó a la acera y frenó muy brusco. La puerta del conductor, del lado nuestro, se abrió y salió de un brinco el tal Pau, en mangas de camisa y con cachivaches alrededor del cuello que hacían ruido, que te dio un abrazo y a continuación se dirigió a mi, en cuclillas, tocándome la cara con un beso y mirándote mientras te decía lo guapo que era yo, que a quién había salido, y tú que a mi padre, el Manolo, ¿no lo recuerdas? Un seductor. Y él que ya le gustaría, pero que no, y también que se había prendado de mí y que ya no me iba a soltar. Yo no entendí bien o quizás no le prestaba tanta atención como a la silueta del asiento del copiloto, silenciosa y magnética. Pau, atento a mis ojos, la llamó, ¡Caroline, sal un momento!, y la puerta del otro lado se abrió, y de momento solo pude ver un pelo rubio, porque me tapaba el coche, que era muy pequeño, pero yo tenía once años, y aún no había dado el estirón, un perfil muy bien dibujado que fue rodeando el coche por delante y se plantó ante nosotros. Ella es Caroline, mi compañera de piso, viene de Toulouse a estudiar no sé qué de las vacas, pero yo que no escuchaba, maravillado con su melena rubia, brillante bajo el sol de agosto, y con sus gafas negras, enormes, que le tapaban media cara, pero que dejaban al descubierto una nariz respingada, pecosa, y una boca rosa, una arruguita en su tez blanca: Comment allez-vous? Yo no sabía qué responder, menos mal que tú, très bien, y, ¡hala!, tots al cotxe. Yo sentía los golpes del corazón en mi pecho, y me dolía, no sé si eso o qué, pero parecía que se iba a romper, por eso me tocaba, y tú me decías qué te pasa, pamplinas, pero yo no podía dejar de mirar a Caroline, aunque, ya los cuatro en el coche, solo pudiera ver su perfil, desde detrás de Pau, en el ángulo opuesto a ella. Pau arrancó como un demonio, rumbo a los túneles de Vallvidrera, que desde siempre me fascinaron, por el nombre, claro, porque es como si no fueran a ser oscuros, sino radiantes, como las mañanas de agosto en Barcelona o como la melena rubia de Caroline. 

No podría decir mucho del viaje en sí, la verdad. Tú y Pau no parabais de poner la lengua en remojo, que diría mi abuela, mientras yo, mudo, me recuperaba de lo mío, de mis dolores y eso. Y tú me dabas con el codo y me hablabas de la torre y de un tal Norman, de un inglés, pero yo no quería saber nada de los ingleses, solo de los franceses, o de una en concreto, para ser sincero. Pero Caroline no abrió la boca en todo el trayecto, y yo tampoco, así que llegamos a lo alto de una colina y allí Pau sacó del maletero una bici de las viejas y se puso como loco a correr por alrededor nuestro, haciendo un par de piruetas que casi se cae, y tú y Caroline no parabais de reír, y yo no dejaba de mirar a Caroline, una sonrisa que se abría como un girasol. No recuerdo el tiempo que estuvimos caminando por el monte, Pau agachándose cada dos por tres, buscando espárragos, creo, y Caroline y tú compartiendo un cigarro, uno que olía diferente, muy suave. Tú me decías que no dijera nada, mira que eras pesada, que esto era un cigarro de Caroline y que ella solo probaba y nada más, y yo que me daba igual, porque solo miraba a Caroline, que aparecía detrás del humo, después de cada calada, y asomaba su rostro de campesina toulousiana, deslumbrante y sencillo pero perturbador. Y en estas que me dieron ganas de hacer pis y te lo tuve que decir, pero no me hacías mucho caso, con tu risa y tu humo, pero Pau me escuchó y se puso enfrente mía, en esa postura conocida, y qué te pasa, t’estàs pixant?, mira si hay sitio, y me señalaba los matojos, y la torre lejos, algunas personas por allí. Y no me gustó que me dijera esto, porque entonces no sabía catalán y creí que me había dicho algo de mi picha, y me molestó, porque Pau intentó tocarme entre los pantalones, con sus gracias, ¿te da vergüenza?, y sobre todo porque Caroline me miró, por primera vez, y se rió mucho, y yo creo que se reía de mí. Así que me alejé de vosotros, con mala cara, y vosotros, ven no te enfades, pamplinas, y cuando estuve lo bastante lejos, en un risco donde se veía Barcelona, me bajé un poquito los pantalones y apunté al final, a Montjuic, y meé. Y mientras, pensaba en ella, en Caroline, en su boca toda rosa, en que la tentación de ella era muy hermosa, pero me subí rápido los pantalones, por si acaso. 

De camino a casa de la abuela, no parabas de repetirme que no fuera a contar nada de aquello, y yo que no, que no, y hasta hoy. 

*Publicado en la revista digital Letralia. Revista de Letras, 276 (año XVII, 21 enero 2013). 

"A plena luz del día" (7/10, en la voz de Paula)

Así ocurre: Manuela entra en la tienda, clín clín de la puerta. Pasa por delante de mí. No puede verme. Se reúne con alguien entre los expositores de revistas. Cuchichean. Ríen. Al poco, andan el pasillo hasta el fondo. Allí abren una puerta, entran en la tienda: clín, clín. Avanzan. Me ve. Vengo a sentarme aquí donde estoy. Manuela anda el pasillo hasta el fondo, por entre los expositores de revistas, allí donde ya no hay alguien, allí donde nunca hubo puerta. Manuela entra en la tienda.

"Un murciélago para mí" (02/11, como en la hora de las nostalgias)

Desde que encontramos al murciélago en el balcón, todas las noches duerme en mi cama conmigo, en el calor de mis pies. Al principio me daba un poco de miedo, porque era oscuro y muy feo. Nunca había visto uno de cerca, sólo en dibujos, y los imaginaba más graciosos o por lo menos más sonrientes. Me sorprendió que tuviera tanto pelo, y una cara húmeda entre cansado y enfadado. Debieron hacer su nido en los toldos enrollados –explicó papá–, pero el más pequeño se ha quedado atrás. Hay que alimentarlo unos días, está muy débil.

Papá le daba leche templada con el tubito de cristal del colirio y el murciélago chupaba sin abrir los ojos siquiera. Era tan chiquitito y tenía unos dientes tan diminutos, como puntitas de lápiz, que se me fue el miedo del todo. Tenía un murciélago para mí, ya casi no me parecía feo.

Después de unos días papá dijo que ya estaba mejor y que debíamos devolverlo a su sitio, que era por el cielo, por los edificios altos. Dijo que era un animal en peligro, porque quedaban muy pocos en el mundo, y que lo mejor iba a ser dejarlo en el balcón, por la noche, y al día siguiente ya no estaría, y eso es que habría volado con sus padres. 

Ahora me da pena soltarlo. Cuando apago la luz de mi cuarto, sus ojos brillan como dos perlas. Sé que me vigila toda la noche, envuelto en sus alas negras y la suave colcha. Me hago el dormido y con los ojos medio cerrados veo que sigue allí, esperando yo no sé qué hechizo nocturno. Incluso cuando duermo, sé que está ahí. Al agitarme a medianoche, despierto exaltado por la memoria de su tacto con los pies. Miro un momento y allí sigue, quieto, como si tal cosa, con sus ojazos fijos. ¡Qué misterio encantador! Grandes alas, edificios altos, el cielo, la tormenta, gotas que resbalan por fuera del sueño…

En la claridad de la mañana, con el sudor del sol en la cara, busco entre las sábanas: –¡Papá, papá!–. Hay marcas en el suelo, compruebo pálido y en silencio: una bolsita enflaquecida, apenas una pelusa inerte. –Estaba muy débil, Lucas, no ha sido culpa tuya–, me consuela papá mientras coge al animalito muy despacio y se lo lleva.

Sentado sobre la cama, lleno de lágrimas, tan sólo me queda el sabor de los sueños que habíamos compartido. 
*Escrito para el II Premio de Literatura Breve y Diversidad Biológica. Tema: el/la protagonista de la historia ha de ser alguna especie en peligro de extinción o ya extinguida.

sábado, 19 de febrero de 2011

"Ensayo para un fin" (5/06)

A Modest Cuixart
y su espacio Marró

Los hombres mueren 
porque no son capaces de unir 
el principio [archen] con su fin [Télei].
Alcmeón de Crotona
 …comienza entonces el Juicio Final, y su Visión es contemplada por el Ojo Imaginativo de Cada Uno según la situación que ocupe.
William Blake

Entonces todas las almas de crédito resbalan y se precipitan sin remedio al abismo del fuego fatuo, mientras el alma de Domingo Roivás, descrédita y aturdida, queda pendiendo de un hilo aguardando nuevas reestructuraciones celestiales. El alma de Domingo vigila en la oscuridad y aprieta los párpados para aguzar el oído. Sin atreverse a estirar del hilo por si cae alguna sugerencia apropiada, transitan segundos que se agrupan en una disquisición: yoga o joga según el idioma. Traga saliva y no solo atiende al fungoso accionamiento de su esófago sino que advierte un inesperado picor en su oído, picor que se traslada a la lengua por culpa de los malabarismos que esta ejecuta para la correcta dicción de tan desiguales letras. Ceremonia o (proto)colo que transcurre temporal en su acepción más resbaladiza, que acoge, disfruta y abandona en distraída espera, junto con otros protos de incontestable fealdad. Por eso, para examinar su protohallazgo con mayor detalle, el alma de Domingo utiliza una caja de rotuladores Carioca y un paquete de folios decorados al trasluz por un tropel de galgos en carrera: prototipo, protogénito y protocnología, garabatea alborozado, y así continúa derruyendo ensimismado significados lingüísticos, ensamblando significantes con su más deslucido prefijo hasta la fecha. Entonces oprime los párpados y sus pieles se agolpan en una disquisición: tragar saliva o seguir el protocolo inesperado sin ejecutar el correcto mecanismo de su picor. Con esto, sorprende a sus galgos pronunciando yoga al trasluz sin mayor maniobra y ajenos a la hecatombe de protos. Así, hurgando en el oscuro presente, acrédita y desturdida, el alma de Domingo Roivás anhela la precipitación de las almas todas a un hilo para poder así depender de un orden que le libere de tamaño ensamble cíclico.
Marró (1949), óleo sobre cartón. Modest Cuixart

"La creación del conflicto (nueva teoría del destino)" (2/07)

La noción de avance como un camino de grava en un jardín de conflictos: plan naturalista de la culpa que una buena parte de los sopistas, seres dispersos como gotas de hisopo, aceptan como abjura ideal ante un entorno abrevado de hostilidades. Se agita el mundo con un fondo de tragedia, loco envite contra el tiempo, que saca una mano alertando los movimientos confusos. ¿Cómo hallar una explicación a nuestro comportamiento cuando nos dirigimos con tal enviscamiento hacia el desenlace? Si en una sucesión tal (bochorno, espalda sudada en tapiz de cuero, cloaca de Alicia y pensamiento sabor maravilla) hallamos la abstracción en la cola (nunca maravillosa idea, Alicia, embudo al cuero, sudor, espalda y canícula en la siesta, pues el calor no es conflicto sino estado natural) igualaríamos la idea con el fin. Si el fin es conflicto, la idea es conflicto, conflicto infuso que surge del estado natural: calor, siesta, dispersión. Calidad etérea, inmaterial e incorpórea en el origen para impulsar el error, encrespamiento en el torbellino de la realidad. Más claro aún: tedio de donde se evapora el bostezo para dejar paso al sueño, manifestación insurrecta del pensamiento, en lo que se conoce como el primer apuro de la existencia humana, ser (humano) no siendo y sin embargo pensando, pues el material onírico procede de la vacua representación que de la realidad se convoca en la mente. 

Terrible tarea la de cargar con las carpetas del divorcio o la de superar un subterfugio nevado con la ayuda de la niña de mis ojos, y de los de todo el pasillo, ¡menudos pechos! Tiene que ser algo rápido, que no se note, como un rediseño de lo ya vivido, un repaso breve al pasado. Entonces la sucesión es vertiginosa, sin parar de dar vueltas (trance), y de repente, ¡tachán!, ahí está el desmadre, de nuevo problema irresuelto del final. Vamos a ver; tenemos una panoplia de cacharros: carpeta, subterfugio, ojos, pechos, pasillo, rápido, repetición, breve y pasado; una vez más de lo corpóreo a lo inmaterial, del cráneo a la mente, del estado natural a la idea. Hemos llegado a la trastienda de los días, donde una luz cenicienta nos indica el no-tiempo y un movimiento apelmazado el no-espacio, y lo hemos hecho inopinadamente, como al copiar precipitadamente en un examen, y otra vez nos da error. Agobio, excitación y velocidad hierven en el estado natural, las burbujas exhuman el trance referido y ya tenemos el error en forma gaseosa, ¿a quién le importa el elemento?

La noción de avance como un camino de grava en un parque de conflictos, nuestras vidas como bebés recostados en el carrito, el hastío y el apresuramiento como perversas madres impulsándonos por las estradas del jardín, burlando las prohibiciones, pisando el frío césped, internándonos en parajes ignotos, perdiéndonos al fin…

"Modelo de perversidad" (02/06)

El centro comercial había quedado en penumbra por unos instantes. Los compradores desatendieron la colecta de artículos en aquel lugar entre pasillos donde fueron sorprendidos por el furtivo apagón. Sus perfiles, atezados en la media luz, dibujaban ahora rasgos del todo umbrosos: un atisbo de recelo parecía urdirse en sus instintos. Había sido una interrupción en el sistema eléctrico, quizá alguna caída de corriente, pero la imprevista oscuridad usurpó misteriosamente la confianza de los clientes que, con una mezcla de celeridad y fingida calma, desecharon ultimar sus compras y se precipitaron sobre las cajas, a fin de escabullirse de tan funesto lugar. Pero lo que subsistió el luminoso intervalo, imagen de una turba pávida y confusa, sólo podría considerarse un retoque del Altísimo pues la luminiscencia volvió a declinar conminando al más absoluto quietismo. Los primeros gritos arrollaron la aparente entereza de la sala, arengando violentamente a los presentes, cuyo abierto espanto se extendió impetuoso en cada pasadizo, provocando fuertes colisiones y caídas al piso. Los envases de los alimentos pasaron definitivamente por armas en manos de cada sujeto contuso que, enloquecido por el miedo, golpeó con saña a cada semejante inerme que sospechó cercano alumbrando para siempre de sangre todos los pasillos del supermercado.

"Una voz radioafónica" (04/10)

En homenaje a las Hormonas Radioafónicas

Toda mi vida intentando demostrar a los demás y a mí mismo que no soy un fracasado, sino todo lo contrario, un profesional de ideas brillantes y con un talento especial para comunicarlas lúcidamente a través de las ondas, invirtiendo toda la vida, y ahora que tengo mi propio programa en la radio, que es líder de audiencias, ahora que todas mis ocurrencias entretienen o emocionan a los oyentes de media España, a mis padres, tan lejanos ya de mí, no les interesa reconocer en mi voz la de su locutor favorito, lo que me lleva a pensar que quizás haya fracasado como hijo.
*Participó en el 4º Concurso De MICRO-RELATO ONDA POLÍGONO Tema: Referente a la radio. Máximo 107 Palabras.

miércoles, 16 de febrero de 2011

"Último interrogante" (01/10)

Mira que no me gusta que me pregunten porque yo no lo sé bien, pero se cuenta en no sé qué majadería del hinduismo, que a uno le obligaron a elegir entre la mortalidad o una vida eterna entre campos de arrozales y playas ocultas, sobre alfombras de burbujas y bajo un cielo de guisantes, con los labios de fruta y la nariz de goma, así, sin más cosa, y que aquél decidió que ni lo uno ni lo otro, sino que mejor le dejaran como estaba, que ya le iba bastante bien, soltero y sin compromiso, y que además no quería saber de explicaciones alegóricas ni de cuestiones esotéricas de tres al cuarto, así que se pasaron la existencia preguntándole si no le interesaba alcanzar el conocimiento último y esas majaderías del Vedanta, y una y otra vez, y él que por favor, que ya estaba un poco harto, y que ni sabía ni quería saber, y que no iba a elegir ni una cosa ni la otra porque ya le iba bien así, pero al final siempre acababa contando una historieta de uno que al parecer le dieron a elegir…


*Participó en el III PREMIO ALGAZARA DE MICRORRELATOS. Extensión: 1000 caracteres máximo, espacios incluidos. Fue elegido para formar parte de Cuentos alígeros, VV. AA, 2010.

martes, 25 de enero de 2011

Óscar De la Borbolla (1949, MEX)

Los locos somos otro cosmos
Las vocales malditas, 1988

Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: «No doctor, no... loco no...». Sor Socorro lo frotó con yodo: «Pon flojos los codos —rogó—, ponlos como yo. Nosotros no somos ogros». Sor Flor tomó los mohosos polos color corcho ocroso; con gozo comprobó los shocks con los focos: los tronó, brotó polvo con ozono. Rodolfo oró, lloró con dolor: «No, doctor Otto, shocks no...». Sor Socorro con monótono rostro colocó los pomos: ocho con formol, dos con bromo, otros con cloro. Rodolfo los nombró doctos, colosos, con dolorosos tonos los honró. Como no los colmó, los provocó: «Son sólo orcos, zorros, lobos. ¡Monos roñosos!». Sor Flor, con frondoso dorso, lo tomó por los hombros; sor Socorro lo coronó como robot con hosco gorro con plomos. Rodolfo con fogoso horror dobló los codos, forzó todos los poros, chocó con los pomos, los volcó; soltó tosco trompón, sor Socorro rodó como tronco. «¡Pronto, doctor Otto! —convocó sor Flor—. ¡Pronto con cloroformo! ¡Yo lo cojo!...». Rodolfo, lloroso con mocos, los confrontó como toro bronco; tomó rojo pomo, gordo como porrón. Sor Flor sonó como gong, rodó como trompo, zozobró.

Otto, solo con Rodolfo, rogó como follón, rogó con dolo: «Rodolfo... don Rodolfo, yo lo conozco... como doctor no gozo con los shocks; son lo forzoso. Los propongo con hondo dolor... Yo lloro por todos los locos, con shocks los compongo...».

—No, doctor. No —sopló ronco Rodolfo—. Los shocks no son modos. Los locos no somos pollos. Los shocks son como hornos; son potros con motor, sonoros como coros o como cornos... No, doctor Otto, los shocks no son forzosos, son sólo poco costosos, son lo cómodo, lo no moroso, lo pronto... Doctor, los locos sólo somos otro cosmos, con otros otoños, con otro sol. No somos lo morboso; sólo somos lo otro, lo no ortodoxo. Otro horóscopo nos tocó, otro polvo nos formó los ojos, como formó los olmos o los osos o los chopos o los hongos. Todos somos colonos, sólo colonos. Nosotros somos los locos, otros son loros, otros, topos o zoólogos o, como vosotros, ontólogos. Yo no los compongo con shocks, no los troncho, no los rompo, no los normo...

Rodolfo monologó con honroso modo: probó, comprobó, cómo los locos sólo son lo otro. Otto, sordo como todo ortodoxo, no lo oyó, lo tomó por tonto; trocó todos los pros, los borró; sólo lo soportó por follón: obró con dolo. Rodolfo no lo notó. Otto rondó los pomos, tomó dos con cloroformo, como molotovs los botó. Rodolfo con los ojos rotos mostró los rojos hombros; notó poco dolor, borrosos los contornos, gordos los codos; flotó. Con horroroso torzón rodó con hondo sopor. Rodolfo soñó. Soñó con rocs, con blondos gnomos, con pomposos tronos, con pozos con oro, con foros boscosos con olorosos lotos. Todo lo tocó: los olmos con cocos, los conos con oporto rojo, los bongós con tonos como Fox Trot. Otto lo forró con tosco cordón, lo sofocó. Rodolfo sólo roncó. Sor Socorro tornó con poco color. Sor Flor con bochorno tomó ron: «Oh, doctor —lloró—, oh, oh, nos dobló con sonoro trompón». Otto contó cómo lo controló. 

—Otto, pospón los shocks —rogó sor Socorro. 

—No, no los pospongo. Loco o no, yo lo jodo. No soporto los rollos... Pronto, ponlo con gorro. 

—¿Cómo, doctor —notó sor Flor—, ocho volts? 

—No, no sólo ocho. ¡Todos los volts! Yo no sólo drogo, yo domo... Lo domo o lo corrompo como bonzo. 

—¡Oh no, doctor Otto!, como bonzo no. 

—¡Cómo no, sor Socorro! Nosotros no somos tórtolos o mocosos; somos los doctos... ¡Ojo, sor Socorro! No soporto los complots... 

Otto con morbo soltó todos los volts, los prolongó con gozo. Sor Socorro con sonrojo sollozó. Sor Flor oró por Rodolfo. Rodolfo roló como mono, tronó como mosco. Otto lo nombró: «Don gorgojo», «loco roñoso», «golfo». Rodolfo zozobró con sonso momo. Otto cortó los shocks.


Luisa Valenzuela (1938, ARG)


Hobbies
Ciudad impune, 1986

En la colección es la única pieza que me falta años estuve tratando de lograr coherencia el sistema que diera la unidad a las partes y perdí largas tardes en clasificaciones y hubo días enteros que no salí de mi casa buscando algunos ejemplares y a veces perdí la noción del tiempo investigando la pista hacia el cruel elemento por las noches soñaba que encontraba la pieza y que era del color y tamaño requeridos y hasta a veces despierto intuía encontrarla en una esquina recóndita de mi propia guarida las demás están todas tranquilas encerradas en sus cajas de vidrio con títulos intactos descansando a la sombra del mundo activo malo graciasadios a salvo de mi desasosiego y de mis ganas locas de mirarme al espejo y comprobar aterrado que yo soy esa pieza la difícil la única pieza que me falta.

jueves, 6 de enero de 2011

Enrique Anderson Imbert (1910, Córdoba, ARG-2000)

La pierna dormida
El Grimorio, 1961

Esa mañana, al despertarse, Félix se miró las piernas, abiertas sobre la cama, y, ya dispuesto a levantarse, se dijo: «¿y si dejara la izquierda aquí?». Meditó un instante. «No, imposible; si echo la derecha al suelo, seguro que va a arrastrar también la izquierda, que lleva pegada. ¡Ea! Hagamos la prueba». Y todo salió bien. Se fue al baño, saltando en un solo pie, mientras la pierna izquierda siguió dormida sobre las sabanas. 


Alas
El Grimorio, 1961

Yo ejercía entonces la medicina, en Humahuaca. Una tarde me trajeron un niño descalabrado: se había caído por el precipicio de un cerro. 

Cuando, para revisarlo, le quité el poncho, vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté: 

—¿Por qué no volaste m’hijo, al sentirte caer? 

—¿Volar? —me dijo—. ¿Volar, para que la gente se ría de mí?



El gato de Chesire
El gato de Chesire, 1965

El autobús lleno de turistas se detuvo al pie del cerro, saltamos a la cuesta y, todos en grupo, empezamos a subir. 

Tomó la delantera un hombre extraño, delgado, alto, rubio, ágil, con movimientos de ave o de ángel. Yo no había reparado en él durante el viaje. Ahora vi cómo se distanciaba de nosotros, con ligeros y seguros pasos, siempre hacia arriba. 

Subió y subió, y yo, junto con los demás turistas, lo seguía sin quitarle la vista. Cuando llegamos a una roca que él había dejado atrás, sin esfuerzo, como si no fuera un obstáculo, nosotros teníamos que pararnos, rodearla y treparla penosamente. 

No había modo, no digo de alcanzarlo, pero ni siquiera de disminuir la ventaja que a cada paso nos sacaba. Lo vi llegar a la cumbre y encaramarse a la roca más alta. Esperé que continuase ascendiendo por el aire azul de la mañana pero decidió, no sé por qué, acaso para no avergonzarnos, quedarse allí. 


La montaña
El gato de Chesire, 1965

El niño empezó a treparse por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en la butaca, en medio de la gran siesta, en medio del gran patio. Al sentirlo, el padre, sin abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una solidez de montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, inmóviles como rocas. Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie. 

—¡Papá, papá! —llamó a punto de llorar. 

Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño, hundido en la nieve, quería caminar y no podía. 

—¡Papá, papá! 

El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado pico de la montaña. 


Espiral
El gato de Chesire, 1965

Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo obscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez. 


Las últimas miradas
Dos mujeres y un Julián, 1982

El hombre mira a su alrededor. Entra en el baño. Se lava las manos. El jabón huele a violetas. Cuando ajusta la canilla, el agua sigue goteando. Se seca. Coloca la toalla en el lado izquierdo del toallero: el derecho es el de su mujer. Cierra la puerta del baño para no oír el goteo. Otra vez en el dormitorio. Se pone una camisa limpia: es de puño francés. Hay que buscar los gemelos. La pared está empapelada con dibujos de pastorcitas y pastorcitos. Algunas parejas desaparecen debajo de un cuadro que reproduce Los amantes de Picasso, pero más allá, donde el marco de la puerta corta un costado del papel, muchos pastorcitos se quedan solos, sin sus compañeras. Pasa al estudio. Se detiene ante el escritorio. Cada uno de los cajones de ese mueble grande como un edificio es una casa donde viven cosas. En una de esas cajas las cuchillas de la tijera deben de seguir odiándoles como siempre. Con la mano acaricia el lomo de sus libros. Un escarabajo que cayó de espaldas sobre el estante agita desesperadamente sus patitas. Lo endereza con un lápiz. Son las cuatro del la tarde. Pasa al vestíbulo. Las cortinas son rojas. En la parte donde les da el Sol, el rojo se suaviza en un rosado. Ya a punto de llegar a la puerta de salida se da vuelta. Mira a dos sillas enfrentadas que parecen estar discutiendo ¡todavía! Sale. Baja las escaleras. Cuenta quince escalones. ¿No eran catorce? Casi se vuelve para contarlos de nuevo pero ya no tiene importancia. Nada tiene importancia. Se cruza a la acera de enfrente y antes de dirigirse hacia la comisaría mira la ventana de su propio dormitorio. Allí dentro ha dejado a su mujer con un puñal clavado en el corazón.