Vio cómo se destrozaba contra el suelo quince pisos más abajo. Jenaro dio un paso atrás. Miró a su alrededor. Si nadie lo había visto, no podrían relacionarlo con el incidente. De todas formas, las señales en la calle eran evidentes; el rastro del estropicio se propagaba varios metros alrededor del lugar del impacto. La gente se agolpaba en torno, la policía estaba al llegar. Por su avanzada edad, Jenaro no podía escapar por los terrados, ni siquiera por la escalera de incendios. Todo su interés se centraba ahora en encontrar una buena justificación: quizá mostrarse enajenado o simplemente perturbado.
«Te hará compañía, papá», le habían dicho los hijos. Y allí se la dejaron, y allí se quedó, plantada en mitad del salón. Jenaro no supo qué decir ni qué hacer con ella, que por lo demás tampoco mostraba signos de empatía, tan solo un rostro sombrío y ausente. Es por esto que cada uno hizo su vida por separado, aun conviviendo bajo el mismo techo, el del piso de alquiler en el que lo habían recluido sus hijos. «Mi tumba», solía quejarse. Jenaro la empleaba para algunas cuestiones prácticas y ella nunca protestó ante el escaso aprovechamiento que el anciano hacía de sus posibilidades, sin duda numerosas y muy complejas. Pero con el paso de los días, Jenaro se impacientaba. Su sola presencia llegó a irritarle, hasta el punto de ir acercándola disimuladamente hacia el balcón, esperar el momento justo y, como en un descuido, empujarla barandilla abajo desde la planta quinceava del edificio. Ahora tenía que borrar las huellas, solventar con éxito las preguntas de los agentes. Desde la mirilla, Jenaro observaba la escalera, oía el revuelo de los vecinos, a la policía preguntando piso por piso. Estaban al llegar. Jenaro sudaba, le pesaba la conciencia. Sin embargo, se veía inocente, había actuado por un instinto de supervivencia. Igual que ella, que, estrellada en la acera y llevada del mismo instinto animal, aún mantenía pendiendo de la barandilla, como un cordón umbilical que la uniera a su antecesor, el cable blanco de la antena.
*Instinto de supervivencia ha obtenido el tercer premio (categoría general) en el IV Certamen de Relatos Breves «Las Alcublas». Próximamente, aparecerá incluido en una antología de finalistas y seleccionados que editará la Asociación Cultural Las Alcublas.