Para la asignatura Crítica Literaria
Licenciatura de Periodismo, URJC
Sería muy cómodo iniciar mi comentario intentando ser original con el recurrido paralelismo “Sostiene Pereira…” para a continuación bombardear con una sucesión de palabros confusos que sólo conseguirían instalarme en la mediocridad por desviarme de los valores más atrayentes de la Novela en sí misma y, una vez perdido en el verbo fácil, por pretender alcanzar un objetivo que forzosamente queda al margen de mis posibilidades.
Pereira es un personaje indiscutiblemente bien dibujado. Es innegable que las pinceladas que le dan forma están aplicadas mediante trazos acertados. El dibujo final es correcto pero conseguido a través de unos procedimientos que, en mi opinión, subordinan otras elecciones que darían con una solución más brillante. Así y todo, la táctica de Tabucchi es la de ubicarnos en el universo hermético en que vive su personaje principal: la casa de Pereira, la redacción del periódico Lisboa y el Café Orquídea. En cada una de las localizaciones se nos fija un elemento, y así ocurre repetitivamente, que pretende denotar la anodina y flemática existencia de Pereira. En su casa, el retrato nos sugiere la melancolía y la añoranza por el recuerdo de su difunta esposa. En la redacción, el detalle del ventilador nos resalta siempre el calor y a continuación los problemas cardíacos de un hombre descuidado y estropeado por la vida. En el Café Orquídea, la monotonía de la omelette a las finas hierbas, reemplazada en contadas ocasiones por la ensalada de pescado, apunta un individuo conformista, aburrido y hasta vulgar. Y si su mundo habitual lo muestra así, las escasas dos salidas de la ciudad, y las relaciones que eso origina, lo terminan de definir como un hombre de sólida educación y de respetuoso trato hacia los demás, pero con un terrible apego a sus propias costumbres y con una necesidad exasperante por mantenerse al margen, por encontrarse en solitario y por refugiarse cuanto antes en su mundo gris y cotidiano.
Son precisamente todas estas características, acopladas, las que responden al nombre de Pereira cualquiera que sea el ámbito desde el que se le reclame. Porque no hay diferencias entre el Pereira sudoroso del día a día con el Pereira jefe de sección de un periódico. Ni siquiera es diferente el trato hacia su jefe o hacia su único empleado, ninguno de los dos le cohíbe de mostrar su propia naturaleza. Y es que Pereira ha asimilado tan profundamente su carácter imperturbable, ha perfeccionado hasta tal punto su personalidad, ha conseguido sentirse tan irresistiblemente cómodo dentro de ella, que todo lo que ocurre a su alrededor, sea o no trascendente, pasa ante sus ojos con absoluta ingravidez, sin dignarse tan siquiera a sopesar su importancia. Por tales razones, el aparentemente inofensivo redactor eventual de necrológicas acaba situándole en una situación inverosímil. Llega tan lejos en su relación con él que, sin adivinarlo y sin plantearse lo más mínimo el futuro inmediato, se ve envuelto en historias paralelas que acaban conformando el hilo fundamental de la novela. Quiero decir que el marco de la novela ya estaba construido mucho antes de que empezara a deslizarse la narración y que una historia como la que se acaba contando no tendría razón de ser sin la existencia previa de Pereira. La sólida descripción de Pereira justifica todo lo que sucede. Porque es el azar, el tedio, el conformismo, el aburrimiento por la realidad cotidiana, la torpeza, y otros muchos factores aditivos, los que acaban dando con Pereira en medio de un conflicto político, pese a que nunca mostró en público tendencia ideológica alguna. La solución que Tabucchi nos formula para el angustioso final de Pereira es quizás la predecible y la deseada, como lectores modernos, aunque no por eso menos arriesgada, si queremos considerar exhaustivamente las fechas del suceso que nos propone el autor y examinarla desde ahí. El personaje se ve abocado a una situación límite y, dejando entrever su propia conciencia social y política y la necesidad de intervenir discreta pero decisivamente en la historia de su país, rompe con la mediocridad para imponer valientemente una manera limpia de ver la vida. Pereira sale de su rutina por obligación, no por verdadero deseo. Por eso digo que nosotros, como lectores modernos, deseábamos irresponsablemente que Pereira fuese valiente. Pero también, si fuéramos lectores coetáneos de la dictadura de Salazar, sabríamos de la responsabilidad de su decisión final y comprenderíamos, con el noventa por ciento de la novela ya leída, que Pereira renunciase al riesgo y continuara con su vida indiferente. Es aquí, en la implicación de cada personaje en los hechos, donde percibo los rasgos de mayor interés de “Sostiene Pereira”, no en la estructura lineal, ni en la profundidad psicológica de los personajes, ni en la vivacidad de los diálogos, ni en la riqueza léxica de las descripciones, sensiblemente inferiores a las que puedo disfrutar en un gran número de novelas españolas.
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