La noción de avance como un camino de grava en un jardín de conflictos: plan naturalista de la culpa que una buena parte de los sopistas, seres dispersos como gotas de hisopo, aceptan como abjura ideal ante un entorno abrevado de hostilidades. Se agita el mundo con un fondo de tragedia, loco envite contra el tiempo, que saca una mano alertando los movimientos confusos. ¿Cómo hallar una explicación a nuestro comportamiento cuando nos dirigimos con tal enviscamiento hacia el desenlace? Si en una sucesión tal (bochorno, espalda sudada en tapiz de cuero, cloaca de Alicia y pensamiento sabor maravilla) hallamos la abstracción en la cola (nunca maravillosa idea, Alicia, embudo al cuero, sudor, espalda y canícula en la siesta, pues el calor no es conflicto sino estado natural) igualaríamos la idea con el fin. Si el fin es conflicto, la idea es conflicto, conflicto infuso que surge del estado natural: calor, siesta, dispersión. Calidad etérea, inmaterial e incorpórea en el origen para impulsar el error, encrespamiento en el torbellino de la realidad. Más claro aún: tedio de donde se evapora el bostezo para dejar paso al sueño, manifestación insurrecta del pensamiento, en lo que se conoce como el primer apuro de la existencia humana, ser (humano) no siendo y sin embargo pensando, pues el material onírico procede de la vacua representación que de la realidad se convoca en la mente.
Terrible tarea la de cargar con las carpetas del divorcio o la de superar un subterfugio nevado con la ayuda de la niña de mis ojos, y de los de todo el pasillo, ¡menudos pechos! Tiene que ser algo rápido, que no se note, como un rediseño de lo ya vivido, un repaso breve al pasado. Entonces la sucesión es vertiginosa, sin parar de dar vueltas (trance), y de repente, ¡tachán!, ahí está el desmadre, de nuevo problema irresuelto del final. Vamos a ver; tenemos una panoplia de cacharros: carpeta, subterfugio, ojos, pechos, pasillo, rápido, repetición, breve y pasado; una vez más de lo corpóreo a lo inmaterial, del cráneo a la mente, del estado natural a la idea. Hemos llegado a la trastienda de los días, donde una luz cenicienta nos indica el no-tiempo y un movimiento apelmazado el no-espacio, y lo hemos hecho inopinadamente, como al copiar precipitadamente en un examen, y otra vez nos da error. Agobio, excitación y velocidad hierven en el estado natural, las burbujas exhuman el trance referido y ya tenemos el error en forma gaseosa, ¿a quién le importa el elemento?
La noción de avance como un camino de grava en un parque de conflictos, nuestras vidas como bebés recostados en el carrito, el hastío y el apresuramiento como perversas madres impulsándonos por las estradas del jardín, burlando las prohibiciones, pisando el frío césped, internándonos en parajes ignotos, perdiéndonos al fin…
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