Los zapatos vacíos
¡Caramba! ¿Cuándo sucedió?, quien sabe... Antes; sin fecha exacta; todo era tan parecido que realmente costaba trabajo distinguir un mes de otro, ¡ah! pero enero era diferente. Sabe usted, enero es el mes de los úpitos y de las campanillas, pero hay algo más, es el mes de los Reyes Magos.
Ya la yerba estaba amontonada junto a la ventana y los zapatos, un poco apenados por los huecos de las punteras, esperaban boquiabiertos, humedecidos por el sereno.
Pronto sería medianoche.
«Vienen cuando estés dormido.» —Me había dicho mi primo en voz confidencial.— «Y depositan los regalos sobre los zapatos». Cuando esté dormido, ¡pero no podía dormirme!, afuera sentía el silbido de los grillos y me pareció escuchar pasos, pero no, no eran ellos.
Dormir. Debía dormir, pero ¿cómo lograrlo?, los zapatos estaban allí, sobre el borde de la ventana, aguardando.
Debía pensar en otra cosa para poder dormir. Sí, pensar en otra cosa:
«...Mañana hay que cortar los piñones y llenar el tanque de agua, luego iré hasta el arroyo y traeré una maceta de mamoncillos...» «No debí haber roto el nido, tenía dos pichones sin plumas que me miraban con miedo y con el pico abierto...»
Desperté. Era tan temprano que apenas si entraba la claridad por la ventana, casi a tientas caminé hasta ella. ¡Cuántas sorpresas, pensé, me estaría augardando...! pero no. Toqué el cuero húmedo de mis zapatos, estaban vacíos... completamente vacíos.
Entonces llegó mi madre y me besó callada, pasó sus manos cansadas de fregar, por mis ojos húmedos y empujándome suavemente me sentó en el borde de la cama y me puso los zapatos, «Ven», me dijo luego en voz baja, «ya está hecho el café». Luego salí empapándome en el rocío, debía cortar los piñones.
Afuera todo era tan bello. Tantas campanillas, tantas, que se podía caminar sobre ellas sin pisar la tierra; tantas flores de úpitos en el suelo, tantas, que tapaban los huecos de mis zapatos...
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