«Mañana volveré —dijo al fin—. A la misma hora.» Y efectivamente así fue. Cada día Jacinto corría a conectarse al Messenger con la esperanza ilesa por encontrar a su amada en estado «Conectado». Pero un día más, nada. ¿Y no podía salir a su encuentro, buscarla, encender la hoguera del náufrago, desplegar el material reflectante? Aún Jacinto no había comprendido que su amor ya solo se componía de recuerdos, que los discursos comunes flaqueaban y que hundirse en la indeterminación era quizás la única salvación al presente. Como el náufrago que no enciende fuego cuando ve pasar el avión.
Bueno, debería halagarte mucho para estar segura de que publicas lo que te escribo, jaja. En cualquier caso, me gusta mucho el texto y sí, conozco esa sensación de la espera del náufrago...
ResponderEliminarBesos
Bego
Así me paso el día, en una isla, con andrajos y mirando al cielo...
ResponderEliminarGracias por leerme. Estoy atento a los próximos números de vuestra revista.