Sucedió en la planta textil del edificio principal, sección “Oportunidades”, entre abultados cajones desordenadamente apurados por medias de todo a cien y bragas de encaje marrón cuya contemplación, más que provocar irreprimibles pensamientos libidinosos (como así, pienso yo, debiera ser), inducía al desfallecimiento inmediato de cualquier ánima lasciva y hasta, por si fuera poco y para rematar, destemplanza en más de un señor de frágil salud que hubo de ser rápidamente atendido para desasosiego de transeúntes. Ocurrió entre cartones de oferta llamativamente coloreados y azarosamente repartidos por el espacio visible, y aún invisible, luz cenital de gastada fluorescencia, trajín de señoras entradas en años y en carnes, con los brazos en alto, sopesando la caída de futuras compras sobre sus enormes cuerpos, entre improperios lanzados al vacío por inconformidad a ejercer de acompañante, perchas malgastadas y cortinas de probador mal echadas, entre mírame, cómo me queda esto y entre un educado yo lo veo bien y cierto es que me aprieta de aquí con repaso disconforme al espejo. Fue allí, en definitiva, en condiciones frontalmente adversas para la sorpresa y, menos aún, para lo indecoroso, donde vi a esa mujer por primera y única vez.
Antes de proseguir, les diré que a mis ojos se trataba de una mujer, como les acabo de indicar, pero no quisiera establecer esta apreciación personalísima como definitiva para evitar inexactitud en mi narración. Su semblante, su actitud y hasta su proceder me hicieron, y me hacen aún hoy, inclinarme hacia esta sólida conclusión. Sin embargo, en mi recuerdo, cada día más vago e impalpable, su belleza roza lo pueril en su concepción por lo que no debería negarme a reconocer, ante argumentos de peso, que quizás fuese una niña. Apuntado este dato, creo erradicar los motivos de alarma que podrían crecer en todo lector ingenuo o, en el otro extremo, suspicaz, a la hora de atribuirme tentaciones carnales impropias de mi edad. Y es posible que así sea pero, sean cuales sean sus apreciaciones, deban saber que, tras lo que a continuación les narro, mi vida nunca volvió a ser la misma.
Con la mirada al vacío, absorto en la inconcreción de la espera y el aburrimiento, un fugaz magnetismo sorprendió mi descubierta sensibilidad. Dos pasillos más allá se reunió todo el hipnotismo de la sensualidad femenina para volcar alevosamente su ferocidad sobre mi presencia desatenta. Mis ojos, los primeros en reaccionar, abandonaron sobresaltados la monotonía de tejidos para buscar el origen de aquel impulso seductor, percibiendo vagamente, tras un colgador de abrigos, una grácil figura de mujer, un delicioso cabello rubio, de sutil vuelo y ligera ondulación, y una mirada de tan sugerente contemplación que un simple atisbo se convirtió en un instante grandioso, en el que mi mente repasó histérica hasta el rincón más oculto de su memoria en busca de parámetros en los que circunscribir una belleza tan exquisita y delicada para, tras regresar agotada y sin éxito, sucumbir perdidamente a los encantos silenciosos de la fascinación visual. Absorto, pálido y doliente, como describiría Neruda, fui sujetándome sobre las viejas perchas de la inconsciencia que en torno a mi empezaban a dar vueltas, tratando de acercarme al foco de aquella extraordinaria tentación. Así, progresé torpemente hacia mi ilusión con la exaltación evidente ante un deseo de cercana satisfacción, con la seguridad de merecer su posesión y con la necesidad palmaria de hacerla mía. Tal era mi codiciosa ansiedad, tal mi desatado desvarío, que me precipité absurdamente en mi subconsciente, con el subsiguiente golpe contra el suelo. Mi derrumbamiento, físico y moral, hubo de pasar tan desapercibido a mi alrededor que, al levantarme, entre cajones de bragas y medias, volvía a no quedar ni rastro de aquella sensualidad. Y esto sucedió fielmente así y exactamente hasta aquí, perpetuando mi incredulidad por las bajas pasiones y mi costumbre a fracasar ante la despiadada realidad. Por esta razón, desde aquel día memorable, no dejo de preguntarme si aún hoy sigo siendo un hombre o si por fin puedo considerarme un niño.
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