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miércoles, 2 de junio de 2021

Woody Allen (1935, Nueva York, USA)

Para acabar con la mafia: Un vistazo al crimen organizado (A Look at Organized Crime)
Cómo acabar de una vez por todas con la cultura (Getting Even), 1971

No es ningún secreto que el crimen organizado se lleva en América más de cuarenta mil millones de dólares al año. Se trata de un beneficio bastante respetable sobre todo si se tiene en cuen­ta el hecho de que la Mafia dedica muy poco a gastos de oficina. Fuentes bien informadas indican que la Cosa Nostra gastó menos de seis mil dólares el año pasado en papel de correspondencia personal y aún menos en grapas. Además, tienen una sola secretaria que hace todo el trabajo de mecanografía y sólo tres habitaciones pequeñas en la oficina central que comparten con el Estudio de Danza Fred Persky.

El año pasado, el crimen organizado fue responsable directo de más de cien asesinatos, y los mafiosi participaron de forma indirecta en otros cientos más, ya sea prestando dinero para el transpor­te en vehículos del servicio público o guardándoles los abrigos mientras iban por ahí a pegar tiros. Otras operaciones ilícitas llevadas a cabo por miembros de la Cosa Nostra fueron el juego, el tráfico de drogas, la prostitución, secuestros, usura y, violando fronteras estatales, el transporte de un inmenso pez rojo con fines pornográficos. Los tentáculos de este corrupto imperio alcanzan al mismo gobierno. Hace sólo unos pocos meses, dos jefes de banda con juicios federales pendientes pasaron la noche en la Casa Blanca y el presidente durmió en el sofá.

Historia del crimen organizado en los Estados Unidos

En 1921, Thomas (El Carnicero) Covello y Ciro (El Sastre) Santucci intentaron organizar diferentes grupos étnicos del hampa y, de esa manera, hacerse los amos de Chicago. Esto fracasó cuan­do Albert (El Positivista Lógico) Corillo asesinó a Kid Lipsky encerrándolo en un armario y aspirando todo el aire que quedaba en el interior con una pajita. El hermano de Lipsky, Mendy (alias Mendy Lewis, alias Mendy Larsen, alias Mendy Alias) vengó la muerte de Lipsky secuestrando al hermano de Santucci, Gaetano (también conocido como Little Tony o Rabino Henry Sharpstein), y devolviéndolo pocas semanas después en veintisiete potes de mermelada. Esta fue la señal para el inicio de un baño de sangre.

Domicik (El Herpetólogo) Mione mató a tiros a Suertudo Lorenzo (el sobrenombre se debe a que la bomba que explotó en el interior de su sombrero no pudo matarlo) a la salida de un bar en Chicago. Como respuesta, Corillo y sus hombres siguieron la pista de Mione hasta Newark y convirtieron su cabeza en un instrumento de viento. En ese momento, la banda de Vítale, dirigida por Giuseppe Vítale (su nombre real, Quincy Baedeker), se puso en acción para hacerse con toda la bebida ilegal de Harlem que ad­ministraba el irlandés Larry Doyle (un hampón tan suspicaz que se negaba a permitir que nadie en Nueva York se colocara a sus espaldas y que caminaba por las calles haciendo piruetas y dando vueltas sin parar). Doyle resultó muerto cuando la Compañía de Construcción Squillante decidió levantar sus nuevas oficinas en el puente de su propia nariz. El segundo de Doyle, Little Petey (el Gray Petey) Ross, pasó a ser el primero; resistió la invasión de Vitale y le convenció con engaños de que fuera a un garaje vacío del centro con el pretexto de que allí se iba a celebrar una fiesta. Sin sospechar nada, Vitale entró en el garaje vestido como un ratón gigante y se quedó tieso en el acto por una ráfaga de ametralladora. En señal de lealtad al jefe caído, los hombres de Vitale se pasaron de inmediato a Ross. Lo mismo hizo la novia de Vitale, Bea Moretti, una artista, estrella del éxito musical de Broadway Dí Kaddish, que terminó contrayendo matrimonio con Ross, aunque más tarde le presentó una demanda de divorcio acusándole de que en cierta ocasión le había vaporizado el cuerpo con un aceite que apestaba a moho.

Temiendo una intervención federal, Vincent Columbraro, el Rey de la Tostada con Mantequilla, pidió la paz. (Columbraro tenía un control tan rígido sobre todas las tostadas con mantequilla que entraban y salían de Nueva Jersey que una sola palabra suya podía privar de desayuno a dos terceras partes del estado.) Todos los miembros del hampa fueron convocados a una cena en Perth Amboy donde Columbraro les comunicó que debían cesar todas las guerras intestinas y que a partir de ese momento tenían que vestirse con decencia y dejar de andar escabulléndose por todas partes. Las cartas, que antes se firmaban con una mano negra, en el futuro terminarían «con nuestros mejores deseos», y todo el territorio se dividiría en partes iguales, quedando Nueva Jersey para la madre de Columbraro. De ese modo, nació la Mafia o Cosa Nostra (literalmente, «mi pasta de dientes» o «nuestra pasta de dientes»). Dos días más tarde, Columbraro se metió en una bañera para darse un buen baño y hace cuarenta y seis años que no se le ha vuelto a ver.

Estructura de la Mafia

La Cosa Nostra está estructurada como cualquier gobierno o gran corporación, o grupo de gangsters, pongamos por caso. En la cima está el capo di tutti capi, o jefe de todos los jefes. Las reuniones se realizan en su casa, y tiene la obligación de ofrecer pinchitos y cubitos de hielo. Dejar de hacerlo significaría la muerte instantánea. (La muerte, dicho sea de paso, es una de las peores cosas que pueden ocurrirle a un miembro de la Cosa Nostra y muchos prefieren simplemente pagar una multa.) Por debajo del jefe de todos los jefes están sus oficiales, cada uno de ellos gobierna un sector de la ciudad con su «familia». Las familias de la Mafia no consisten en una mujer y niños que siempre van a lugares como el circo o a hacer picnics. En realidad, se trata de grupos de hombres más bien serios cuya mayor satisfacción en la vida consiste en contemplar cuánto tiempo puede alguien permanecer sumergido en el río East antes de empezar a hacer gárgaras.

La iniciación en la Mafia es algo bastante complicado. Al miembro propuesto se le tapan los ojos y se le conduce a un cuarto oscuro. Se le llenan los bolsillos de pedazos de melón Cranshaw y se le obliga a saltar sobre un solo pie gritando: «¡Viva! ¡Viva!». Luego todos los miembros del consejo de administración, o com­missione, le tiran del labio inferior y se lo sueltan de golpe. Algunos hasta desean hacer esto dos veces. A continuación, le ponen granos de avena en la cabeza. Si se queja, queda descalificado. Sin embargo, si dice «muy bien, me gusta la avena en la cabeza», recibe la bienvenida de la hermandad. Esto se hace besándole en la mejilla y estrechándole la mano. A partir de ese momento, no se le permite comer chutney, divertir a sus amigos imitando a una gallina ni matar a nadie llamado Vito.

Conclusiones

El crimen organizado es una plaga en nuestra nación. Si bien muchos norteamericanos resultan engañados y empiezan una ca­rrera en el crimen con la promesa de una vida fácil, la mayoría de los criminales deben trabajar durante largas horas, a menudo en edificios sin aire acondicionado. Identificar a los criminales depende de cada uno de nosotros. Por lo general, se les puede reconocer por los grandes gemelos que suelen llevar y porque no dejan de comer cuando al hombre que está sentado a su lado se le cae un ancla encima.

Los mejores métodos para combatir el crimen organizado son los siguientes:

1. Decir a los criminales que no estás en casa;

2. Llamar a la policía siempre que un número insólito de hombres de la Compañía de Lavado Siciliano empieza a cantar en el vestíbulo de tu casa;

3. Grabaciones.

Las grabaciones no pueden ser empleadas de modo indiscrimi­nado, pero su eficacia queda ilustrada en esta transcripción de una conversación entre dos jefes de banda en el área de Nueva York cuyas llamadas telefónicas fueron grabadas por el F.B.I.:

Anthony: ¿Hola? ¿Rico?

Rico: ¿Hola?

Anthony: ¿Rico?

Rico: Hola.

Anthony: ¿Rico?

Rico: No te oigo.

Anthony: ¿Eres tú, Rico? No te oigo.

Rico: ¿Qué?

Anthony: ¿Me oyes?

Rico: ¿Hola?

Anthony: ¿Rico?

Rico: Hay un cruce.

Anthony: ¿Me oyes?

Rico: ¿Hola?

Anthony: ¿Rico?

Rico: ¿Hola?

Anthony: Operadora, hay un cruce.

Operadora: Cuelgue y vuelva a llamar, señor.

Rico: ¿Hola?

Gracias a esta prueba, Anthony (El Pescado) Rotunno y Rico Panzini fueron condenados y en este momento descuentan quince años en Sing Sing por posesión ilegal de alcohol de menta.



Una guía breve, pero útil, de la desobediencia civil
(A Brief Yet Helpful Guide to Civil Disobedience)
Sin plumas (Without Feathers), 1975

Al perpetrar una revolución, hay que satisfacer dos requisitos: que haya alguien o algo contra qué rebelarse, y que alguien salga a la calle de facto y lleve a cabo la rebelión. La indumentaria acostumbra a ser informal y ambas partes pueden ponerse de acuerdo en lo que refiere a hora y lugar, pero si una de las facciones no se presenta, es probable que la empresa entera fracase. En la Revolución China de 1650 ninguno de los bandos compareció y perdieron el depósito.

Las personas o partidos contra los que se efectúa la rebelión se denominan los “opresores” y se los puede reconocer fácilmente por cuanto parecen ser los únicos que se lo pasan bien. Los “opresores”, por lo general, llevan traje, poseen terrenos, y tienen la radio puesta hasta altas horas de la noche sin que nadie se los vitupere a gritos. Su ocupación consiste en mantener el status quo, una circunstancia en la que todo permanece igual, aunque puede darse el caso de que quieran pintar cada dos años.

Cuando los “opresores” se vuelven demasiado estrictos, tenemos lo que se llama un estado policíaco, que prohíbe toda señal de disentimiento, tal como reír entre dientes, presentarse con corbata de lazo, o llamarle “chato” al alcalde. Las libertades civiles se ven sensiblemente restringidas con un estado policíaco, y la libertad de expresión es desconocida, aunque en último extremo puede estar permitido hacer muecas. Las opiniones críticas sobre el gobierno tampoco son toleradas, especialmente las referidas a cómo bailan sus miembros. La libertad de prensa también se ve coartada y el partido en el poder “dirige” las noticias, permitiendo a los ciudadanos escuchar únicamente ideas políticas aceptables y tanteos de beisbol que no provoquen desasosiego.

Los grupos que se rebelan se conocen como los “oprimidos” y se les suele ver en grupos dando vueltas y refunfuñando o pretendiendo que tienen dolor de cabeza. (Hay que señalar que los opresores jamás intentan rebelarse ni convertirse en oprimidos, por cuanto les traería consigo un cambio de ropa interior).

Algunos ejemplos famosos de revoluciones son:

La Revolución francesa, en la que los campesinos asumieron el poder por la fuerza y cambiaron con presteza todas las cerraduras de las puertas del palacio, a fin de que los nobles no pudiesen volver a entrar. Luego organizaron una fiesta y se dieron el gran banquete. Cuando finalmente los nobles reconquistaron el palacio, se les obligó al limpiarlo todo y se descubrieron numerosas manchas y quemaduras de cigarrillo.

La Revolución rusa, que se incubó durante años y estalló de pronto al comprender los siervos por fin que el Czar y el Tsar eran la misma persona.

Debe señalarse que, cuando concluye una revolución, los “oprimidos” con frecuencia asumen el poder y comienzan a actuar igual que los “opresores”. Por supuesto, a partir de entonces es muy difícil conseguir que se pongan al teléfono y el dinero prestado para cigarrillos y chicle durante la lucha puede también darse por perdido.

Métodos de Desobediencia Civil:

Huelga de hambre. En ella los oprimidos renuncian al alimento mientras no sean satisfechas sus exigencias. Los políticos solapados acostumbran ponerles bizcochos al alcance de la mano o tal vez queso de cabra, pero hay que resistir. Si el partido en el poder consigue que el huelguista coma, por lo general le cuesta poco sofocar la insurrección. Si consigue que coma y además que pague la cuenta, ha triunfado en toda línea. En el Pakistán, se dominó una huelga de hambre cuando el gobierno presentó una ternera cordon blue excepcionalmente sabrosa que las masas hallaron demasiado atrayente como para rehusarla, pero tales platos de gourmet son raros.

El problema que plantea la huelga de hambre es que al cabo de unos cuantos días se puede estar francamanete hambriento, sobre todo cuando camiones con altavoces han sido pagados para desfilar por la calle anunciando: “Hum… qué pollo tan bueno… ummm… y los guisantes… ummm…”.

Una variante de la huelga de hambre para aquellos cuyas convicciones políticas no sean tan radicales, es dejar de comer cebollinos. Este gesto insignificante, si se lleva a cabo como es debido, puede influir sensiblemente en un gobierno, y es por todos sabido que la insistencia del Mahatma Gandhi en comerse la ensalada sin aliñar obligó al gobierno británico a numerosas concesiones. Otras cosas que se pueden dejar además de la comida son el whist, sonreír y apoyarse sobre un solo pie, imitando a la cigueña.

Sentada. Se efectúa el traslado al lugar previsto y se procede a sentarse, pero hay que estar sentado todo el tiempo. De otro modo, como se estaría en cuclillas, una postura que carece de significado político, a menos que el gobierno también se halle en cuclillas. (Esto no es frecuente, aunque un gobierno ocasionalmente se acuclillará si hace frío). El quid está en permanecer sentado hasta lograr las concesiones, pero, al igual que en el caso de la huelga de hambre, el gobierno puede apelar a medios sutiles para hacer que el huelguista se levante. Se le puede decir: “Bueno, todo el mundo fuera, vamos a cerrar”. O bien: “¿Le importaría levantarse un momento? Nos gustaría conocer su estatura”.

Manifestaciones y marchas. El aspecto clave de una manifestación es que tiene que ser visible. De ahí el término “manifestación”. Si una persona se manifiesta con carácter privado en su domicilio, no constituye técnicamente una manifestación, sino meramente “una acción estúpida” o “comportarse como un asno”.

Un ejemplo típico de manifestación fue la Fiesta del Té de Boston, en la que americanos ultrajados, disfrazados de indios, tiraron al puerto té inglés. Más tarde indios disfrazados de americanos ultrajados tiraron ingleses auténticos al puerto. A continuación, ingleses disfrazados de té se tiraron al puerto entre sí. Finalmente, mercenarios alemanes ataviados únicamente con vestuario de Las Troyanas saltaron al puerto sin razón aparente.

Al manifestarse resulta útil llevar una pancarta que exponga la propia postura. Algunas posturas sugeridas son: 1) bajar los impuestos, 2) subir los impuestos, y 3) no sonreír más a los persas.

Otros métodos de Desobediencia Civil:

Plantarse delante del ayuntamiento y salmodiar la palabra “pudding” hasta que las reivindicaciones sean satisfechas.

Taponar el tráfico introduciendo un rebaño de ovejas en la zona comercial.

Telefonear a miembros del establishment para cantarle: “Bess, tu eres ahora mi único amor”.

Vestirse de policía y luego ponerse a saltar a la comba.

Fingirse una alcachofa y pellizcar a la gente cuando pase.

Recordando a Needleman (Remembering Needleman)
Perfiles (Side Effects), 1980

Cuatro semanas han pasado, pero aún me resisto a creer que Sandor Needleman haya muerto. Estuve presente en la incineración y, por expreso deseo de su hijo, llevé ostras y caviar, pero unos pocos de nosotros pensábamos sólo en el dolor que nos embargaba.

Needleman vivía obsesionado con su funeral, y en cierta ocasión me dijo:

—Prefiero que me incineren a que me sepulten, y ambas cosas a un fin de semana con la señora Needleman.

Decidió, por último, que le incineraran y donó sus cenizas a la Universidad de Heidelberg, que las esperació a los cuatro vientos y obtuvo un depósito a cuenta de la urna.

Aún le estoy viendo con su traje arrugado y su jersey gris. Profundas meditaciones absorbían su atención, y con frecuencia, al ponerse la chaqueta, se le olvidaba quitar el colgador. Se lo recordé una vez, durante la ceremonia de graduación en Princeton y, sonriendo beatíficamente, comentó:

—Bueno, quienes discrepan de mis teorías, al menos creerá que soy ancho de hombros.

Dos días más tarde fue internado en el hospital de Bellevue por dar un salto mortal hacia atrás en mitad de una conversación con Stravinsky.

Needleman no era un hombre fácil de comprender. Su reticencia era tenida por frialdad, pero poseía una gran capacidad de compasión: testigo casual de una horrible catástrofe minera, no pudo concluir una segunda ración de tarta de manzana. Su silencio, por otra parte, enervaba a la gente, pero es que Needleman consideraba el lenguaje oral como un medio de comunicación defectuoso y prefería sostener sus conversaciones, hasta las más íntimas, mediante banderas de señales.

Cuando le expulsaron de la facultad en la Universidad de Columbia por una controversia con el entonces rector de la institución, Dwight Eisenhower, aguardó al prestigioso ex general armado con un sacudidor de alfombras y le quitó el polvo hasta que Eisenhower corrió a refugiarse en una tienda de juguete. (Los dos hombres habían entablado una agria disputa en público a propósito de si el timbre señalaba el final de una clase o el comienzo de otra.)

Needleman había confiado siempre una muerte tranquila.

—Entre mis libros y mis papeles, como mi hermano Johann —solía decir.

(El hermano de Needleman pareció asfixiado al cerrársele la tapa corredera del buró cuando buscaba el diccionario de rimas.)

¿Quién iba a imaginarse que, yendo a almorzar, mientras ontemplaba la demolición de un edificio, la pesada bola de hierro, alcanzaría a Needleman en la cabeza? El golpe fue causa de una tremenda conmoción y Needlema expiró con la sonrisa en los labios. Sus últimas y enigmáticas palabras fueron:

—No, gracias, ya tengo un pingüino.

Como siempre, cuando murió, Needleman tenía entre manos varias cosas a la vez. Desarrollaba una ética, basada en su teoría de que el “comportamiento bueno y justo no sólo es más moral, sino que puede hacerse por teléfono”. Andaba igualmente por la mitad de un nuevo ensayo sobre semántica, donde demostraba (según insistía con particular vehemencia) que la estructura de la frase es innata pero el relincho es adquirido. Y en fin otro libro más sobre el Holocausto. Este con figuras recortables. A Needleman e obsesionaba el problema del mal y argüía con singular elocuencia que el auténtico mal es sólo posible cuando quien lo perpetra se llama Blackie o Pete. Sus devaneos con el Nacional Socialismo levantaron escándalo en los círculos académicos, pero a pesar de todos sus esfuerzos, desde gimnasia hasta lecciones de baile, jamás consiguió dominar el paso de oca.

El nazismo, para él, era una simple reacción contra la filosofía académica, una pose con la que trataba siempre de impresionar a sus amigos, para agarrarles luego por la nariz con fingida agitación, exclamando:

—¡Ajá! Te he pillado de sorpresa.

Resulta fácil al principio criticar sus puntos de vista sobre Hitler, pero no deben echarse en saco roto sus escritos filosóficos. Había rechazado la ontología contemporánea, insistiendo en que el hombre existía antes que el infinito si bien con no demasiadas opciones. Establecía una diferenciación entre existencia y Existencia, consciente de que cada una de las dos era preferible, pero nunca se acordaba de cuál. Según Needleman, la libertad humana consistía en conciencia de lo absurdo de la vida.

—Dios es Mudo –solía repetir con orgullo —y si consiguiéramos que el hombre se calle…

Al Ser Auténtico, razonaba Needleman, sólo podía llegarse los fines de semana y no sin antes pedir prestado un coche. El hombre, de acuerdo con Needleman, no era una “cosa” separada de la naturaleza sino envuelta “en la naturaleza”, incapaz de ver su propio existir sin fingir primero indiferencia y después correr a toda prisa hasta el extremo opuesto de la habitación con la espreanza de vislumbrarse a sí mismo.

La expresión con la que describía el proceso de la vida, Angst Zeit, más o menos traducible como Tiempo de Angustia sugería que el hombre es una criatura condenada a existir en un “tiempo”, donde no pasaba nada de particular. La integridad intelectual de Needleman le persuadió, tras largas meditaciones, de que él no existía, sus amigos no existían y que la única cosa real era su deuda con el banco por valor de seis millones de marcos. De ahí que le fascinase la filosofía nacional socialista del poder, y el propio Needleman reconocía:

—La camisa parda realza el color de mis ojos.

En cuanto se hizo evidente que el Nacional Socialismo era precisamente el tipo de amenaza que siempre quiso combatir, Needleman huyó de Berlín. Disfrazado de rododendro y moviéndose sólo de través, tres pasos rápidos a un tiempo, logró cruzar la frontera sin ser descubierto.

En todos los países de Europa por donde pasó Needleman, estudiosos e intelectuales se apresuraron a prestarle ayuda, deslumbrados por su prestigio. A lo largo de su huida, halló tiempo para publicar Tiempo, esencia y Realidad: Una Revaluación Sistemática de la Nada y su delicioso pero más informal Guía del Bien Comer en la Clandestinidad. Chaim Weizmann y Martin Buber organizaron una colecta y reunieron peticiones firmadas que permitiesen a Needleman emigrar a los Estados Unidos, pero en aquel momento el hotel que eligió se hallaba completo. Con los soldados alemanes a pocos minutos de su escondrijo en Praga, Needleman decidió finalmente irse a América como fuera, pero se encontró en el aeropuerto con que llevaba exceso de equipaje. Albert Einstein, quien viajaba en el mismo vuelo, le descubrió que simplemente con quitar las hormas de los zapatos podía resolver el problema. Ambos mantuvieron frecuente correspondencia desde entonces. Einstein le escribió:

“Su obra y la mía son muy similares, aunque no tengo una idea exacta sobre qué versa su obra”.

Ya en los Estados Unidos, raramente dejó Needleman de ser tema de controversia. Publicó su famoso ensayo No existencia: Cómo hacer si te ataca de pronto. Y también un trabajo clásico sobre filosofía lingüística, Módulos Semánticos de Funciones No-Esenciales, que inspiró una película de gran éxito, Los calmantes de la noche.

Anécdota típica: se le obligó a dimitir de su cargo en Harvard por su afiliación al Partido Comunista. Tenía el convencimiento de que únicamente en un sistema sin desigualdades económicas podía existir verdadera libertad, y citaba como modelo de sociedad el hormiguero. Se pasaba horas observando a las hormigas, y solía murmurar melancólicamente:

—Son realmente armoniosas. Sólo con que las hembras fueran más guapas, lo tendrían todo.

Detalle significativo: cuando Needleman fue convocado por el Comité de Actividades Antinorteamericanas, dio nombres justificando su acción ante los amigos con esta filosofía:

—Las acciones políticas no tienen consecuencias morales, sino que existen más allá del Ser Auténtico.

Por una vez, la comunidad académica quedó impresionada y hasta unas semanas después no decidió la Universidad de Princeton embrear y emplumar a Needlleman. Por cierto, Needleman utilizó ese mismo razonamiento para justificar su concepto del amor libre, pero ninguna de sus dos alumnas se dejó persuadir y la que tenía dieciséis años le denunció por inmoralidad.

Needleman se opuso con energía a las pruebas nucleares y junto con varios estudiantes fue a Los Álamos, para hacer una sentada en cierto lugar donde iba a producirse una explosión atómica. Conforme transcurrieron los minutos y se hizo obvio que la prueba tendría lugar según lo previsto, se oyó a Needleman murmurar:

—Ah, demonios.

Y salió corriendo. Lo que no publicaron los periódicos es que no había comido en todo el día.

Es fácil recordar al Needleman hombre público. Brillante, entregado, autor de Estilos de Modas. Pero es el Needleman de la vida privada a quien recordaré siempre con afecto, el Sandor Needleman que nunca iba sin su sombrero predilecto. Tanto es así, que fue incinerado con el sombrero puesto. Uno nuevo, me parece. O el Needleman que veía tan entusiasmado las películas de Walt Disney y a quien, pese a las lúcidas explicaciones que sobre la técnica de la animación le hacía Max Planck, no podíamos impedir que pretendiera hablar por teléfono, de persona a persona, con la ratita Minnie.

Cuando Needleman se hospedaba en mi casa, sabiendo que le encantaba una marca particular de atún, poía yo una buena provisión en la cocina. Era demasiado tímido para confesarme sus inclinaciones, pero en cierta ocasión, creyéndose solo, le oí abrir las latas una por una y musitar:

—Os quiero a todos.

Acompañándonos a la Ópera de Milan a mi hija y a mí, Needleman, al asomarse por el parco, se cayó al foso de la orquesta. Demasiado orgulloso para admitir que había sido un error, durante un mes seguido fue a la Ópera todas las noches y repitió la caída. No tardó en sufrir una leve conmoción cerebral. Al hacerle observar que su postura había quedado clara y resultaban innecesarias las caídas, replicó:

—No, unas cuantas veces más todavía. La verdad es que no duele tanto.

Recuerdo a Needleman en sus setenta aniversario. Su mujer le regaló un pijama. Needleman quedó visiblemente disgustado, por cuanto esperaba un Mercedes nuevo. A pesar de ello, en un gesto que caracteriza al hombre, se retiró a su estudio para desfogar la rabieta en privado. Luego se reincorporó sonriente a la fiesta y estrenó el pijama la noche de dos obras cortas de Arabel.



Tirar demasiado de la cuerda (Strung Out)
Pura anarquía (Mere Anarchy), 2007

Es para mí un gran alivio saber que por fin el universo tiene explicación; empezaba a pensar que era yo. Pero resulta que la física, como un familiar irritante, tiene todas las respuestas.

El big bang, los agujeros negros y el caldo primordial aparecen todos los martes en la sección de ciencias del Times, y gracias a eso mi comprensión de la teoría de la relatividad general y de la mecánica cuántica está ahora a la altura de la de Einstein, o sea, de Einstein Moomjy, el vendedor de alfombras. ¿Cómo he podido vivir hasta ahora ignorando que en el universo hay cosas pequeñas del tamaño de la "longitud de Planck", que miden una millonésima de una milmillonésima de una milmillonésima de una milmillonésima de centímetro? Si a ustedes se les cae una en un teatro a oscuras, imaginen lo difícil que sería encontrarla. ¿Y cómo actúa la gravedad? Y si de pronto dejara de actuar, ¿seguirían ciertos restaurantes exigiendo chaqueta? Lo que sí sé de física es que, para un hombre situado en una orilla, el tiempo pasa más deprisa que para un hombre que se halla en un barco, sobre todo si el hombre del barco va acompañado de su esposa. El último milagro de la física es la teoría de cuerdas, que ha sido anunciada como una TDT una "Teoría de Todo". Ésta puede explicar incluso el incidente de la semana pasada que aquí describo.

El viernes desperté y, como el universo está en expansión, tardé más de lo habitual en encontrar mi bata. Por este motivo salí con retraso para ir al trabajo y, como el concepto de arriba y abajo es relativo, el ascensor en el que entré subió a la azotea, donde fue muy difícil parar un taxi. No olvidemos que un hombre que viajara en un cohete casi a la velocidad de la luz sin duda habría podido llegar a tiempo al trabajo, o quizás incluso un poco antes, y sin duda mejor vestido. Cuando por fin llegué a la oficina y fui hacia mi jefe, el señor Muchnik, para explicar la demora, mi masa aumentó conforme aceleraba para acercarme a él, lo que él interpretó como señal de insubordinación. Tras cruzar unas palabras enconadas, me aseguró que me descontaría ese tiempo del sueldo, que, en comparación con la velocidad de la luz, es de todos modos muy pequeño. La verdad es que si tomamos como referencia la cantidad de átomos de la galaxia Andrómeda, en realidad gano poquísimo. Intenté decírselo al señor Muchnik, quien me contestó que yo pasaba por alto que el tiempo y el espacio eran la misma cosa. Y juró que si esa situación cambiaba, me concedería un aumento. Señalé que si tenemos en cuenta que el tiempo y el espacio son una misma cosa, y que se tarda tres horas en hacer algo que resulta tener menos de 15 centímetros de longitud, ese algo no puede venderse por más de cinco dólares. Lo bueno de que el espacio sea lo mismo que el tiempo es que, si viajas a los confines del universo y el trayecto dura tres mil años terrestres, cuando vuelvas tus amigos habrán muerto, pero no necesitarás Botox.

De vuelta en mi despacho, con la luz del sol entrando a raudales por la ventana, pensé que si de pronto estallaba nuestro gran astro dorado, este planeta saldría volando de la órbita y surcaría el infinito por los siglos de los siglos: otra buena razón para llevar siempre el móvil encima. Por otro lado, si algún día yo pudiera circular a una velocidad superior a 300 mil kilómetros por segundo y volver a capturar la luz nacida hace siglos, ¿podría retroceder en el tiempo al antiguo Egipto o la Roma imperial? Pero ¿qué iba a hacer allí? Prácticamente no conocía a nadie. En ésas estaba cuando entró nuestra nueva secretaria, la señorita Lola Kelly. Pues bien, en la discusión sobre si todo está hecho de partículas o de ondas, para mí que la señorita Kelly está hecha de ondas. Salta a la vista que ondula cada vez que se acerca al surtidor de agua. Y no es que no tenga buenas partículas, pero son las ondas lo que le permite obtener esas fruslerías de Tiffany's. Mi esposa también es más de ondas que de partículas, sólo que sus ondas han empezado a colgar un poco. O quizás el problema es que mi esposa tiene demasiados quarks. La verdad es que, últimamente, al verla, uno diría que se ha acercado demasiado al horizonte de sucesos de un agujero negro y parte de ella —desde luego no toda ella ni mucho menos— ha sido absorbida. Eso le ha dado una forma un tanto extraña, que espero sea corregible mediante una fusión en frío. Yo siempre he aconsejado a todo el mundo que se mantenga a distancia de los agujeros negros porque, una vez dentro, cuesta muchísimo salir y conservar a la vez el oído musical. Si, por casualidad, uno cae en un agujero negro, lo traspasa y sale por el otro lado, probablemente volverá a vivir su vida entera una y otra vez, pero quedará demasiado comprimido para salir y conocer a chicas.

Así pues, me acerqué al campo gravitacional de la señorita Kelly y sentí vibrar mis cuerdas. Sólo sabía que deseaba envolver sus gluones con mis bosones de gauge débil, introducirme por un agujero de gusano y pasar por un túnel cuántico. Fue entonces cuando me paralicé por el principio de incertidumbre de Heisenberg. ¿Cómo podía actuar si era incapaz de determinar su posición y velocidad exactas? ¿Y si de pronto yo provocaba una singularidad, es decir, una ruptura devastadora en el espacio y en el tiempo? Son tan ruidosas. Todo el mundo se volvería a mirar y yo me sentiría abochornado delante de la señorita Kelly. Pero es que la energía oscura de esa mujer atrae tanto. La energía oscura siempre me ha puesto como una moto, sobre todo en una mujer con el mentón prominente. Concebí la fantasía de que, si lograba meterla en un acelerador de partículas durante cinco minutos con una botella de Cháteau Lafite, me encontraría junto a ella con nuestros quantos aproximándose a la velocidad de la luz y su núcleo entrando en colisión con el mío. Naturalmente, en ese preciso momento noté que me entraba un trozo de antimateria en el ojo y tuve que buscar un bastoncillo para quitármelo. Casi había perdido toda esperanza cuando ella se volvió hacia mí y habló.

—Lo siento —dijo—. Me disponía a pedir café, pero ahora mismo no recuerdo la ecuación de Schrödinger. Qué tontería, ¿no? Se me ha ido de la cabeza, así sin más.

—Cosas de la evolución de las ondas de probabilidad —sentencié—. Y si vas a la cafetería, ¿podrías traerme una magdalena con muones y té?

—Cómo no —respondió con una sonrisa coqueta mientras ella adoptaba una forma de Calabi-Yau—.

Sentí que mi constante de acoplamiento invadía su campo débil mientras unía mis labios a sus húmedos neutrinos. Al parecer, alcancé una especie de fisión, porque de pronto me encontré levantándome del suelo con un morado en el ojo del tamaño de una supernova.

Supongo que la física puede explicarlo todo salvo el bello sexo, aunque le dije a mi mujer que el cardenal se debía a que el universo no se hallaba en expansión, sino que se contraía, y yo no estaba atento.

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