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viernes, 10 de mayo de 2013

Rosa Yáñez (1979, Sevilla, ESP)

El salto perfecto 


Tiene un cuerpo hermoso que ha sometido en entrenamientos infinitos y que ahora le obedece por completo. De pie al final de la escalera, los ojos fijos en el borde de la tabla, repasa músculo a músculo el salto, desgranando la lista de acciones, de tensiones y movimientos que debe encadenar. Su objetivo es el salto perfecto: siempre el próximo. Es consciente de que su afán es imposible, pero rendirse también lo es. 

Suena el silbato, avanza decidido por el trampolín, se impulsa lejos de la tabla que se vuelve mortalmente peligrosa en cuanto está en el aire. Cierra los ojos, pliega su cuerpo, lo gira, una, dos, tres veces. Perfecto como una brizna que vuela. Tensión y se convierte en un alfiler. Se concentra. Sabe que no habrá impacto contra la superficie y que no debe temer, que el agua le acogerá dulcemente. Aprieta los párpados esperando el abrazo. El aire le eriza la piel y le hace sentir frío. 

El final no llega. 

Él no abre los ojos. 


Lucero de la mañana* 

Disfrazado de vendedora de manzanas o prostituta novicia, menudeando somníferos, regalando hojas de cuchilla a las niñas tristes; incluso en el retoque del rouge de labios en el espejo fracasado de un bar o en el paladeo de un acento fingido tras el mostrador de la tienda de licores; cuando abandona bolsos en los bancos de los parques en tanto acaricia caras de niños como quien recoge flores; sobrevive tal como fue dispuesto. Sólo algunas mañanas se duele de las cicatrices en su espalda: cuando, por mucho que se esconda, el amanecer se salta las celadas y desvela el recuerdo de su antigua órbita. 

*Microrrelato inédito.


Nacimiento del Arca (microrrelato reversible) 

Y se desliza hasta chocarse contra una pila de maderos. Una guedeja de cabra flota sobre el charco de leche derramada. Ya no tiene por qué temer las nubes negras sobre el Ararat de sus sueños. Noé recuerda al hombrecillo escarlata que volcó el cubo con una de sus pezuñas y recupera al fin la paz de espíritu. 


División por cuatro 

Con esa exactitud tan característica de la ciencia supo determinar quién le había traicionado, y en quién debía confiar, la fórmula del amor, el cálculo de las mentiras piadosas y los halagos sinceros, supo despejar a quién era seguro desvelar los secretos, la probabilidad de éxito en los empleos que se le ofrecían o el punto de inflexión exacto en que convenía plantar cara a los abusos de sus jefes. Sólo le resultó inútil tanta precisión aquella noche cuando cenaba con cuatro amigos, decidieron pagar a escote y el camarero trajo la cuenta.

Más: blog personal (Todavía) y entrada en La nave de los locos, de Fernando Valls

1 comentario:

  1. Nieves Mtz. Menaya20:40

    Muchos aciertos por centímetro cuadrado. No son corrientes . Se salen de la media. Tienen en común "una manera de contar". Hay en ellos toques,ráfagas de enigma que los atraviesan y se esconden como duendecillos que quieren decirnos algo.

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