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viernes, 28 de septiembre de 2012

Antonio Serrano Cueto (1965, Cádiz, ESP)

La venganza


Un hombre toma el sendero, se adentra en el bosque sin luna, conoce el lugar exacto al que se dirige. Lo ha rondado muchas veces durante cinco décadas, sin atreverse a hacer lo que esta noche tiene decidido. Todos estos años desoyendo la voz que le exigía desenterrarla, temeroso de que aún pudiese encontrar en ella algo de vida, un olor familiar, el tacto de siempre, un destello inesperado. 

Hunde la paleta, suda, le palpita el corazón enfermo. La pistola parece más pequeña que entonces, está templada y tiene el cañón repleto de tierra. Con una ramita hurga en la boca, deshace los pequeños grumos, la limpia hasta el fondo, liberándola de la muda complicidad que le ha permitido vivir impunemente hasta la vejez. Pero el arma, lejos de perdonar, emite un reproche que relampaguea en la espesura del bosque.


Seducción
Antología del microrrelato español (1906-2011): el cuarto género narrativo, 2012

Voluptuosa. Señora del aire y del espacio. Así era plantada delante de mí, tan cerca. Tanto, que me resultaba imposible escapar a la indómita redondez de sus pechos. En esas situaciones uno no sabe qué hacer con la mirada. Tontos miedos de ultimísima hora, porque ella, organista doctorada, estaba en lo suyo, preparando los instrumentos para extraer la música de mis entrañas. Y yo tumbado en esa postura inerte, con la mirada vertical clavada en el blanco perpetuo del techo. Cuando al fin acercó el escalpelo a mi frente, me hice el muerto por pura vergüenza. Y aun así se me abrieron las carnes.


Para ser dos

Se rozaron en la puerta del mismo cine, cerrado ya el crepúsculo otoñal, pero no lo supieron. Compartieron la misma mesa en la misma terraza del bar, bajo la sombra colgante de los naranjos, pero no lo supieron. Durmieron en la misma cama del mismo hotel parisino (el Sena soñaba a su antojo), pero no lo supieron. Corrieron parejos por la arena de la misma playa, sus sombras fugaces a porfía, pero no lo supieron. Lloraron las mismas muertes, idénticas ausencias encorvaron sus cuerpos, pero tampoco lo supieron. Les faltó participar del mismo tiempo, porque para ser dos no basta la acercanza fantasmal en el espacio.


Anábasis
Fuera pijamas, 2010

Desde que hago el amor de la mano de Virgilio, siento que mi vida sexual es plenamente satisfactoria. Es una de las consecuencias de mi devoción por Dante. Al iniciar el descenso a la cueva oscura, me dejo guiar por el poeta mantuano a través de las primeras sombras infernales. Mientras descendemos por la pendiente del Inframundo, compadeciéndonos de la aflicción de los desdichados que allí moran entre lamentos, me digo para animarme que un gran gozo por venir bien merece este dolor pasajero. Luego un fogonazo de luz me recibe empapado en la orilla de una playa y comienzo la subida hacia la cumbre por los peldaños de la purgación y la esperanza. Como Virgilio me abandona para regresar a la confusa morada del Limbo, continúo el viaje solo, suspendido en volandas hacia el centro de la rosa donde palpita el corazón del fuego cegador. Ya mi Beatriz acaricia el final de su espera, me abraza y muerde con sus labios los míos, ya siento muy cercano el Empíreo, ya me remolinea el vórtice que ha de proyectarme, exhausto y renovado, de vuelta a la soledad del dormitorio. 

Blog personal: El baile de los silenos

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