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martes, 31 de julio de 2018

José María Merino (1941, La Coruña, ESP)


Ecosistema
Días imaginarios, 2002

El día de mi cumpleaños, mi sobrina me regaló un bonsái y un libro de instrucciones para cuidarlo. Coloqué el bonsái en la galería, con los demás tiestos, y conseguí que floreciese. En otoño aparecieron entre la tierra unos diminutos insectos blancos, pero no parecían perjudicar al bonsái. En primavera, una mañana, a la hora de regar, me pareció vislumbrar algo que revoloteaba entre las hojitas. Con paciencia y una lupa, acabé descubriendo que se trataba de un pájaro minúsculo. En poco tiempo el bonsái se llenó de pájaros, que se alimentaban de los insectos. A finales de verano, escondida entre las raíces del bonsái, encontré una mujercita desnuda. Espián­dola con sigilo, supe que comía los huevos de los nidos. Ahora ­vivo con ella, y hemos ideado el modo de cazar a los pájaros­. Al parecer, nadie en casa sabe dónde estoy. Mi sobrina, muy triste por mi ausencia, cuida mis plantas como un homenaje ­al desaparecido. En uno de los otros tiestos, a lo lejos, me ha parecido ver la figura de un mamut.


Cien
Días imaginarios, 2002

Al despertar, Augusto Monterroso se había convertido en un dinosaurio. «Te noto mala cara», le dijo Gregorio Samsa, que también estaba en la cocina.


Cuento de otoño
Cuentos del libro de la noche, 2005

Era bastante mayor que yo y no íbamos a vernos nunca más. Alrededor de nosotros, lo que quedaba del verano era ya sólo un cadáver cubierto de sangre amarillenta y ocre. Me dijo algo en su idioma, acarició mi cara, me dio un beso rápido. Entonces sentí por vez primera el dolor del otoño. 


Agujero negro
Palabras en la nieve [Un filandón], 2007

El hombre pasea por la playa solitaria y encuentra, depositada en la orilla por las olas, una botella de cristal negro, con una señal muy extraña impresa en su tapón. Mientras lo desenrosca, el hombre piensa en sus lecturas de niño: el genio cautivo, los mensajes de náufragos. Abierta, la botella inicia una violentísima inhalación que aspira todo lo que la rodea, el hombre, la playa, las montañas, los pueblos, el mar, los veleros, las islas, el cielo, las nubes, el planeta, el sistema solar, la Vía Láctea, las galaxias. En pocos instantes, el universo entero ha quedado encerrado dentro de la botella. El movimiento ha sido tan brusco que se me ha caído la pluma de la mano y han quedado descolocados todos mis papeles. Recupero la pluma, ordeno los folios, empiezo a escribir otra vez la historia del hombre que pasea por la playa solitaria.


Después del accidente
Cuentos de los días raros, 2010 

No sientes el silencio de la noche porque dentro de ti continúan vibrando todos los sonidos del accidente, el chirrido del frenazo, el golpe contra la barrera, el retumbar del vehículo al despeñarse. Y escuchas el murmullo de la radio, una voz ininteligible, mientras la luz cada vez más débil de los faros hace brillar la escarcha en los matorrales. Hay también otros brillos y, desde el lugar que ocupa tu cuerpo, caído fuera del coche, comprendes de repente que son los reflejos de esa iluminación escasa en unos ojos. «¡Laura!», exclamas lleno de terror, incorporándote. Entonces los ves. Sobre sus uniformes reluce la fosforescencia de unos cascos que parecen enormes y extraños en la negrura. «No te preocupes por ella», dice el más alto, con voz serena, «eres tú quien debe venir con nosotros. Ella está viva».

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