...blog literario de rubén rojas yedra

sábado, 28 de abril de 2012

"Polifacecia nº 3" (1/07)

Como un espejo del vacío que nos separa de un retablo flamenco, así se compone una percepción, según capas de óleo transparente ascendiendo desde la madera que actúa de soporte. Y así se inicia un problema, mientras nos afeitamos, y se evacua con prontitud, y mientras todavía exhuma amniótica primigenia enseguida reparamos en su parcialidad. Aún con todo, lo palmeamos y lloramos su efectividad. No es más (ni menos) que un delicioso encabezamiento, la puerta a un malabar de inveteradas pesadillas que ingenuos y venturosos hemos elegido abrir para vencer a la probidad que nos captura con sus valores cotidianos. 

La primera capa ha surgido tras una tarde de verano perdida en bagatelas, un sofá de cuero rojo anexado a una espalda sudada, como una ceremonia efervescente impuesta en la realidad. Una ducha reconstituyente que anega las primeras sensaciones y al pincel; Praxis rapta la libélula y se aplica con estoicismo conformando el boceto. Es ahora el primer espacio, un lugar, como había dicho, de percepción esquelética, que permite observar desde sus ventanales la bruma rápida que significa la feble realidad. Aquí zanjado el primer acercamiento, el conocimiento de la situación cardinal del escondite se antoja tan indefinible como en cualquier caso superflua, pues su utilidad es ya palmaria. 

El tiempo, como un aire primaveral que reseca el temple de la base, redondea las formas importantes pero difumina los colores intermedios. Una bajada de glucosa es pretexto para observar febril la inesperada arruga en el tiempo, el lento corte transversal que supura la emoción de los idénticos mirándose frente a frente. Es el descubrimiento de una alcantarilla que comunica los tormentos más recónditos, las soledades más desesperadas, a través de largos canales cenagosos, un lodazal de deseos por desear, una jungla de espaciosas impresiones donde abrir heridas y abrazar nuestra estrella sin que nadie nos lo impida, de arrostrar el incansable tormento, la pertinaz búsqueda que se eterniza en definir. La segunda capa es el penúltimo hálito de victoria, el resuello del atleta derrengado que ya vislumbra el laurel pero que no ha pisado aún el estadio. 

Apenas bajásemos la guardia, dos golpecitos en la frente al momento de lavarnos los dientes nos señalarían la solución. El coche del amor de un amigo nada casquivano viene a ser suficiente para recorrer los últimos metros, el retén del impulso final. Las últimas pinceladas al cuadro tienden a ser las más luminosas, repartiéndose mansas y milagrosamente en su ubicación correcta. Es tiempo y no espacio el material que se sitúa en el origen o causa desencadenante de la excitación, la curiosidad o el placer, algunas de las intuiciones más marcadamente melifluas; es detrás y no delante la ordenación del coche escoba. Tiempo postrero, solapado a la espalda sudada del presente no como una ladina posibilidad de retroceso (de subterfugio) sino como una fuente de intuiciones que completa el espejo de la realidad, como una despensa de sensaciones no atendidas en el presente dispuestas a dar el salto a nosotros aferrándose al pincel para acoplarse al envite de nuestros sueños, el hospital de pensamientos quebrados o imperfectos donde se hacen responsables de dar a luz muchas de las percepciones de felicidad que multiplican nuestra facundia diaria. Detrás de todo, al otro lado de todo, como si fuese morir pero sin llegar a extinguirse; ahí sucede como por arte de ilación la polifacecia nº 3. 

* * *

La esperada conclusión, el desenlace al enigma de las polifacecias permanece expuesto entre las líneas de este texto. Necesitarán, reconvención perfectamente obviable, una linterna de luz negra para autenticar el crédito de la obra y aventurarse a interpretar todos los trazos que han sido corregidos sobre la marcha y declarar, al final de todo, que nada es lo que parece ser.

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