Echaré de menos esta soledad acristalada, la perspectiva filtrada de las luces de la ciudad y las luciérnagas. Desde este cuadrilátero siento restallar la madera del sótano. Y observo, puedo observar, el delicado ascenso del musgo desde el jardín. Todos los sonidos, y en particular los agudos, provocan el estiramiento de mi piel, un escalofrío y leves náuseas. Es un mal menor. De brillos irisados disfruto tras las lluvias y de caricias del viento racheado cuando me alejo del batiente y me relajo. Pero lo sé, me resigno: es inevitable que vengan a liberarme. Nadie soporta que yo prefiera la celda del vidrio en sus ventanas.
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