La mancha
Hoy mamá va a probar con la pistola quitamanchas, dice. Sólo quiere que asuma no sé qué, lavar el honor familiar. Ayer lo probó a gritos pero no funcionó. Una mancha en el honor es algo serio y hay que arreglarlo antes de que se le note y empiecen las habladurías.
Él sigue ahí, encaramado en el balcón de su casa, frente a la nuestra, riendo, con los calzoncillos por fuera, como los superhéroes. Mi hermana sigue llorando en su habitación por lo de la mancha, así que yo he puesto balas de verdad porque, ni a los superhéroes ni al honor les hace mucho el detergente concentrado.
Una historia real
Son las cinco de la madrugada. Una avenida desierta recibe al hombre del traje impoluto. No se observan otros sujetos circulando. Espera firme hasta que el semáforo anuncia vía libre. Arranca con estrépito de cuero quemado. Parte de las suelas del calzado italiano quedan en la acera. El ruido no es suficiente para advertir al único vehículo que cruza el carril en ese instante. La colisión es seca y fría. El cuerpo del conductor sale despedido a través de la luna delantera. Los faros del coche iluminan un rostro rojo, como el semáforo. El peatón se da a la fuga.
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Fotografía: Susana Forés |
Paternidades
Yo, señor, se lo he dado todo a mi hija: le di mis ojos glaucos; le di una nariz, grande y un tanto aguileña, cierto, pero nariz al fin y al cabo; buena educación en un entorno estable; felicidad y amor; noches de vela y guarda inquieta; dinero cuando le hizo falta y hasta un seiscientos para su primer trabajo y novio. Todo lo que ha estado en mi mano, como padre abnegado, se lo he concedido. Todo, excepto la médula ósea. La del abogado de la que ya es mi exesposa, resultó ser más compatible. Con lo mal que me caía al principio, y ya ve usted qué majo.
Tríptico
Lleva horas durmiendo en su cunita como un ángel, mientras crece la noche, y las plañideras, frente a siete velas, lloran a tres reales la hora. La letanía de rezos y llantos inunda la sala que el difunto preside desde el centro, igual que en vida, con claro semblante tirano. La muerte no es una circunstancia definitiva sino para quienes esperan el cielo, dicen. Y ella, retirada en la penumbra, reza para que ese cielo sólo sea espacio lleno de estrellas.
El llanto del bebé la interrumpe. Se acerca siseando mientras prepara el pecho. Sólo él tiene motivos para llorar.