...blog literario de rubén rojas yedra

miércoles, 2 de mayo de 2012

Fabio Morábito (1955, ITA/MEX)

El subrayador 
Revista Crítica, 146

Cada vez más a menudo, en lugar de leer un libro, lee los sub­raya­dos que ha hecho en tan­tos años de lec­tura. Ha sub­rayado libros desde la ado­les­cen­cia y son pocos los que se han sal­vado de tener alguna marca hecha a pluma o a lápiz. Cuando le da por obser­var los estantes de su bib­lioteca, siente orgullo, más que por los libros, por tan­tos sub­raya­dos que encier­ran. Rep­re­sen­tan una bib­lioteca den­tro de otra, que ha ido cre­ando con esfuerzo. No ha vac­ilado nunca a la hora de poner un sub­rayado. En tan­tas cosas ha sido tibio y neg­li­gente, pero no en eso. Aun cuando ha tenido el ánimo por los sue­los, ante una frase o un pasaje nota­bles se ha puesto reli­giosa­mente de pie para bus­car un lápiz y cumplir su deber. Puede decirse que el día que no se lev­ante, se habrá acabado todo. Mien­tras no renun­cie a sub­ra­yar, habrá esper­anza. Ahora, cuando se acerca la vejez, empieza a beneficiarse del fruto de esos innu­mer­ables sac­ri­fi­cios. Sea cual sea el libro que tome de sus estantes, sabe que le brindará, a través de sus sub­raya­dos, de diez a veinte min­u­tos de una lec­tura intensa y selec­tiva. Ha lle­gado el momento, por así decirlo, de que los libros le devuel­van parte de aque­llo que él les dis­pensó a lo largo de tan­tos años de lec­tura. Le ofre­cen sus sub­raya­dos, hacién­dose ellos mismos a un lado. Al repasar esos sur­cos deja­dos por su pluma o su lápiz, no sólo extrae una pre­ciosa savia de conocimiento, sino que pro­fun­diza en su introspección, pues no hay como leer los pro­pios sub­raya­dos para cono­cerse. En un gesto tan sim­ple y espon­tá­neo, uno se des­cubre sin tapu­jos, pues dec­i­mos más pro­fun­da­mente lo que sen­ti­mos cuando lo dec­i­mos con pal­abras de otros. Mira con lás­tima a muchos ami­gos suyos, posee­dores de esplén­di­das bib­liote­cas que casi care­cen de sub­raya­dos. Por per­manecer cómoda­mente sen­ta­dos, en vez de levantarse a bus­car un lápiz, ahora, cerca del final de sus vidas, no saben quiénes son y bus­can en vano en los libros leí­dos una marca cualquiera hecha de pasada, al des­cuido, para intuir algo de que lo eran, algo de lo que han sido.

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